#09 Luta e Poder

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SUEÑO DE LA RAZÓN

LUTA E PODER

Federio Estol Sub Cooperativa de Fotógrafos Ana María Arévalo José Gregorio Darwich Osorio Gabriel Carpes Cinthya Santos-Briones Zahara Gómez Ángeles Donoso Macaya Celeste Rojas Fernando Banzi Stephanie Ribeiro Tulio Custódio César Barros Osvaldo Salerno Ticio Escobar Paz Encina F.E.A Álvaro Andrés Cardona Andrés Orjuela Kim Knoppers Liliana Angulo Pedro Manrique Figueroa Jerónimo Duarte Riascos Jesús Briceño Musuk Nolte Willy Retto Victor Vich Taller 4 Rojo Equipo Transhistoria Camilo Ordóñez Robayo Jorge Gronemeyer

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sueño de la razón LUTA E PODER



editorial Hace diez años, la Fundación Simón I. Patiño de Santa Cruz de la Sierra en Bolivia, dirigida entonces con toda la energía de Roxana Moyano, ponía en marcha un proyecto editorial para desarrollar una revista de alcance regional en el ámbito de las ciencias sociales. Sin embargo, diversas consideraciones postergaron ese emprendimiento, ante lo cual propusimos la alternativa de utilizar aquellos recursos ya asignados y hacer una revista de fotografía sudamericana, que desde las distintas facetas de esta disciplina mirara las sociedades donde vivimos. Es decir, mantener el eje de la publicación en las ciencias sociales, pero con un instrumento cultural diferente, creativo y novedoso. Su apoyo entusiasta fue decisivo para instalar “Sueño de la Razón” como una colección monográfica, que propone una opinión colectiva sobre diversos aspectos de nuestras realidades regionales. Este impulso inicial nos ha permitido, a lo largo de este decenio, investigar en una perspectiva que visibilice desde la fotografía y su conceptualización, la riqueza y diversidades culturales de nuestro continente. En 2007 se llevó a cabo en Sao Paulo el primer Foro Latinoamericano de Fotografía, con el apoyo de Itaú Cultural y la gestión de Iatâ Cannabrava. En esa ocasión nos conocimos personalmente muchos de los futuros colaboradores de este equipo editor del sur del Río Grande. Los diversos encuentros en torno a la disciplina fotográfica que se han sucedido en la última década en Latinoamérica, han sido la plataforma presencial y una condición fundamental para esta construcción de miradas y reflexiones críticas sobre la fotografía y sus implicancias desde nuestros territorios. Cuando iniciamos este sueño, a partir de aquel universo que se reunió en Brasil, invitamos a una persona por cada país (hasta aquí tenemos una gran deuda con Guyana, por nuestro sueño de incluir a toda Sudamérica) para ejercer como editor desde su lugar. Entre sus características, los integrantes de este comité destacan por pertenecer a redes locales fotográficas, lo cual se tradujo en que hemos tenido acceso directo a acervos significativos y trabajos contemporáneos que no necesariamente han tenido mucha circulación. Estamos muy orgullosos de este gran colectivo de editorxs, fotógrafxs, escritorxs, investigadorxs, criticxs y artistas muy diversxs, que desarrolla un trabajo alejado del lucro y que ha podido funcionar a escala continental. Hasta aquí hemos enfocado nuestra actividad a Sudamérica, pues nuestra estructura autogestionada, la enormidad de las distancias y las diversas realidades involucradas, no nos ha permitido extendernos a todo el continente americano. Tampoco es una idea que rechazamos para el futuro, pues no solo constituye nuestro entorno inmediato, también es una fuente importante de generación de proyectos culturales que nos convocan y que nos interesa explorar en los próximos diez años. Nuestras perspectivas para entender y practicar la fotografía son diversas, entre ellas destaca la noción que este lenguaje visual se ha constituido en una herramienta de la política, cuya utilización se inserta en diversas manifestaciones de las diferentes luchas que se desarrollan en los territorios que habitamos. Esta décima revista -Luta e Poder- nos entrega diferentes puntos de vista políticos, desde las imágenes, sobre algunos acontecimientos de nuestra Sudamérica. Así como en Lucha se inscribe la idea de la acción a través de la fotografía de aquellos marginados del sistema dominante, las comunicaciones oficiales y su aparataje de propaganda nos muestran también como el Poder se ha apoyado en la imagen técnica desde que ésta se instaló como el escribano social que certifica la veracidad de los hechos que se escenifican delante del material sensible. Estas páginas que editamos dan cuenta, desde el documentalismo, de secuelas sociales de las violencias cometidas por los estados de la región; también como la narración con fotografías ha operado en políticas colaborativas entre las personas. Por series fotográficas sabemos de mujeres encarceladas y de abuelas que persisten en buscar a los suyos, apoyadas por cierto también en la insistencia inagotable de las capacidades forenses de la fotografía. Revisamos literatura de propaganda editada por dictaduras y también trabajos desde el Arte de exilios, o resignificación de archivos de la prensa roja. Esta primavera austral, que ha precedido el cambio de década, ha sido el escenario para numerosas manifestaciones sociales en toda la región. Las escenas cambian, pero el malestar unifica los discursos. Mientras la fotografía se ha hecho presente en calidad de testigo, agitador, denunciante y escenificador de miles de propuestas que se superponen en muros, calles, publicaciones y, por sobre todo, en redes sociales. Si en el primer número de la revista nos preguntábamos para qué servía la fotografía, en esta edición es la fotografía que propone y se reinventa como medio para seducir y luchar desde el poder de los símbolos.


(PÁG. ANTERIOR) ABIMAEL GUZMÁN, 1992. FOTOGRAFÍA ANA CECILIA GONZÁLES VIGIL


sumario

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Héroes del Brillo

Fotógrafías y texto FEDERICO ESTOL

18

Diciembre 2001

Fotografías y texto SUB COOPERATIVA DE FOTÓGRAFOS

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Días y noches eternas

Fotografía ANA MARÍA ARÉVALO, texto JOSÉ GREGORIO DARWICH OSORIO

32

Faltan mil años de historia

Fotografías y texto GABRIEL CARPES

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Aproximaciones feministas al retrato y al paisaje.

SOBRE LAS ABUELAS DE CINTHYA SANTOS-BRIONES Y LOS TESOROS DE ZAHARA GÓMEZ.

Fotografías CINTHYA SANTOS-BRIONES y ZAHARA GÓMEZ, texto ÁNGELES DONOSO MACAYA

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Una sombra oscilante (2016-2018), Paisajes / Microflim (2019)

Fotografías y texto CELESTE ROJAS

62

Cores e Valores

Fotografías FERNANDO BANZI, texto STEPHANIE RIBEIRO E TULIO CUSTÓDIO

70

¿Dónde están?

Texto CÉSAR BARROS

74 Murallas Fotografías OSVALDO SALERNO, texto TICIO ESCOBAR

80 Álbumes Texto PAZ ENCINA

84

Como Walt Disney

Texto e imágenes F.E.A.

94

Padre, hijo y espíritu armado

Fotografías y texto ÁLVARO ANDRÉS CARDONA

100

Archivo Muerto

Fotografías ANDRÉS ORJUELA, texto KIM KNOPPERS

106

Un negro es un negro, pelucas portadoras

Fotografías y texto LILIANA ANGULO

112

Mi narración triunfará

Collage PEDRO MANRIQUE FIGUEROA, texto JERÓNIMO DUARTE RIASCOS

116

Bolívares para Cañon 2

Fotografía y texto JESÚS BRICEÑO

120

Primera Piedra

Edición y texto MUSUK NOLTE

126

Fotografiar la propia muerte. LAS ÚLTIMAS FOTOGRAFÍAS

DE WILLY RETTO EN UCHURACCAY.

Fotografías WILLY RETTO, texto VICTOR VICH

136

Taller 4 Rojo; producción gráfica y contrainformación.

EQUIPO TRANSHISTORIA– MARÍA SOL BARÓN PINO y CAMILO ORDÓÑEZ ROBAYO

146

Chile o Muerte.

Texto JORGE GRONEMEYER



Héroes del Brillo Fotografías y texto Federico Estol

Son unos tres mil lustrabotas los que diariamente salen a las calles de La Paz y la ciudad de El Alto en busca de clientes. Hay de todas la edades y en los últimos años se han convertido en un fenómeno social único en la capital boliviana. Lo que caracteriza a esta tribu urbana es el uso del pasamontañas para no ser reconocidos por personas de su entorno dado que hace tiempo esta labor se relaciona con la droga y la delicuencia. La discriminación por la que atraviesan es enfrentada con estas máscaras. En su barrio no saben que se dedican a esta tarea, en la escuela lo ocultan e incluso sus propias familias creen que tienen un oficio distinto cuando bajan desde El Alto al centro de la ciudad. Durante tres años colaboré con los sesenta lustrabotas nucleados en periódico de los lustrabotas “Hormigón Armado”, planificando una visualidad conjunta en talleres participativos de relato gráfico, incorporando los elementos locales de la nueva arquitectura andina y realizando sesiones fotográficas donde colaboramos como productores de un fotolibro callejero para luchar contra su estigma social. La máscara es su identidad más fuerte, que los invisibiliza al mismo tiempo que los une. Al igual que los superheroes el anonimato colectivo los hace fuertes frente al resto de la sociedad y este proyecto es su resistencia contra la exclusión sufrida por realizar este trabajo.

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DICIEMBRE 2001

Fotografías y texto Sub Coperativa de fotógrafos Teníamos hambre, ganas de acabar con todo. Entregados al destino de la manada corrimos hacia el humo, directo a los tiros. El sol nos quemaba los ojos y la piel; era como un sol viejo en el cielo viejo, negro como el asfalto. Nuestros cuerpos sudaban pizza y cumbia villera. Nuestros huesos no aguantaron y se quebraron al atravesar el vidrio de un banco cuando llegó el galope de un caballo y volaron piedras hacia adelante. ¿Y después? ¿Importa el después? Si el fervor del estallido tan solo es un recuerdo del futuro y una predicción del pasado, la continuidad de una lucha que no tiene principio ni final. Matamos y morimos.

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Días y noches eternas Fotografía Ana María Arévalo, texto José Gregorio Darwich Osorio En 2017 Ana María Arévalo Gosen emprendió un proyecto temerario. Fotografió a mujeres recluidas en centros de detención preventiva de Venezuela. Son establecimientos carcelarios anclados en las primeras décadas del siglo XX, cuando se encerraba a la gente en prisiones de condiciones infrahumanas. Cualquiera que piense que eso sucedía hace cien años comete una equivocación. Las imágenes que tomó con lentes 24 mm y 28 mm en centros de detención preventiva localizados en Los Teques, Valencia, Naguanagua, Mérida documentan la escandalosa violación de los derechos humanos de las reclusas. El sistema carcelario venezolano traspasa el umbral de lo considerado no aceptable en sociedades donde la democracia funciona: muertes por desnutrición, por enfermedades infecciosas y en motines, graves condiciones de hacinamiento, precariedad extrema de las instalaciones sanitarias (irregular servicio de agua corriente), inexistencia de comedores (los víveres los proveen familiares), falta de asistencia médica, ausencia de actividades deportivas y de ocupación del tiempo ocioso, mafias que comercializan drogas, armas, extorsionan y matan. En ese contexto de carencias, en los centros de detención preventiva las detenidas se encuentran en una situación muy vulnerable. Hasta que un juez decida el traslado a un penal a la espera del juicio o la puesta en libertad, su permanencia en esos centros no se debería prolongar más de 48 horas, pero por el desesperante retardo procesal judicial la demora se alarga por meses y años que se les hacen eternos. La crudeza de las condiciones de vida en las cárceles venezolanas y los centros de detención preventiva han sido denunciadas por organizaciones no gubernamentales Una Ventana a la Libertad y el Observatorio de Prisiones. Hace cuatro años, Human Rights Watch alertó que se hallaban entre las más violentas de América Latina. En el siglo XX, la fotografía documental demostró la capacidad de las imágenes para mostrar hechos contradictorios de la sociedad, que no pocas veces intereses poderosos quisieron hacer desaparecer de la vista de todos. Arévalo Gosen a través de su cámara deja testimonio de las injusticias que la perturban. Por eso, cuando su trabajo fue reconocido por el Pulitzer Center on Crisis Reporting Travel Grant, la beca Women Photograph + Nikon Grant, asimismo por la Leica Fotografié International y el Portfolio Review 2018 del New York Times encontró una manera de hacer visible los infortunios de las mujeres venezolanas detenidas en centros preventivos.

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Fotografía a reclusas tendidas y sentadas en colchonetas. No posan para la cámara, así pasan el tiempo en una desquiciada inactividad. Capta a una mujer que usa de retrete un balde de agua y a reclusas medio desnudas haciendo cola para ducharse en un baño improvisado. Hace tomas de piernas y brazos entrelazados, de cuerpos con cicatrices que quedan en la piel al autoinfligirse un daño físico. De reclusas embarazadas que no saben exactamente en qué mes están y no reciben cuidado prenatal. Hay fotos de rostros de tristeza intensa, de miradas desconcertadas, de gestos afligidos. Enfoca paredes con dibujos de corazones a modo de sucedáneo de sentimientos nobles y retrata morrales colgados a lo largo del perímetro de la prisión que parecen querer advertir que sus dueñas están de paso. Pasa días en los calabozos con las detenidas. Conversan. Le cuentan sus vivencias, ella relata las suyas. Se establece un trato de confianza: entonces, solo entonces, pone a funcionar su cámara. Son mujeres de origen modesto. Sus biografías han estado marcadas por el abandono familiar, los abusos sexuales, los tratos violentos. Si bien han conocido el amor, la vida de estrecheces no les ha concedido un instante de tregua. Se les acusa de contrabando de drogas, hurto, porte ilícito de armas, secuestro de personas, asociación para delinquir, corrupción de menores, infanticidio, terrorismo, saqueo de propiedad privada. Tener una segunda oportunidad en sus vidas es una idea reiterada que casi todas tienen en mente. Esas fotos urgen a denunciar que las autoridades gubernamentales no cumplen con lo establecido en La Constitución de 1999 que determina que Venezuela se constituye en Estado democrático y social de derecho y de justicia, que pone en lugar preeminente el respeto de los derechos humanos. Ante esa realidad carcelaria pavorosa, una tarea obligatoria del debate público y la acción política en Venezuela, así como en países de Latinoamérica, es contribuir a la inaplazable creacióan de instituciones penitenciarias que no violen los derechos humanos de los detenidos y los de las mujeres por ser mujeres. Es una manera de preservar una singularidad humana: la capacidad de sentir empatía, solidaridad y comprensión por el otro.






Faltan mil años de historia Fotografías y texto Gabriel Carpes

Este proyecto explora las consecuencias de una de las mayores crisis políticas en la historia reciente de Brasil. El proyecto está centrado en el período posterior a la destitución de Dilma Rousseff y previo al ascenso de Jair Bolsonaro. Ciclos de protestas, polarización, dan lugar a períodos de calma y apatía. Las imágenes exploran la tranquila melancolía que reina luego de períodos de alboroto y caos, los capítulos intermedios de la historia, un período de espera para el próximo gran evento. La narrativa visual que construye este relato apunta a captar qué partes del presente resonarán en el futuro. Alejadas del calor de las grandes manifestaciones, las imágenes exploran el clima de desamparo y tristeza que se ha apoderado del país. Centrado en las huellas que las crisis van dejando, se exponen oficinas gubernamentales abandonadas en un estado de decadencia, edificios residenciales de clase media que evidencian la desigualdad y el miedo, aulas vacías, monumentos a ídolos del pasado, así como retratos de personas afectadas por la crisis económica y social. “He venido aquí a intentar encontrar un empleo mejor para ayudar a mi familia y eventualmente volver a casa”, me dijo mientras almorzábamos cerca de su trabajo. “Pero es poco dinero, el Real no es tan valioso como el Dólar y eso dificulta mucho las cosas. No era así cuando decidí venirme para acá”. Moussa es senegalés, vive con otros cinco inmigrantes en un apartamento de tres cuartos y trabaja como programador en una empresa de Tecnologías de la Información. En Brasil ha trabajado también como limpiador de piscinas y vendedor ambulante. En otra parte de la ciudad, un grupo se reúne todos los domingos pidiendo una intervención militar para deshacerse de los políticos corruptos, estabilizar el país y asegurar nuevas elecciones sin ningún candidato anterior. “No es una dictadura, nosotros estamos a favor de la democracia. Solo queremos mejorarla”. Uno de los miembros me comenta que como él vivió los años de la dictadura militar en Brasil, puede atestiguar que no fue tan mala como se dice. “Los libros de historia están llenos de mentiras. Yo lo sé porque lo viví”. Algunos de los miembros son exmilitares, la mayoría son hombres mayores de 40 años. El éxito económico de los años 2000 no cumplió el sueño de transformarnos en un país desarrollado, y ahora Brasil es una gigantesca y rota promesa. Dejamos de entendernos como nación y nuestro espíritu se derrumbó junto a la esperanza de un futuro mejor. La alegría le cedió lugar a la rabia que, después de haber logrado derribar un gobierno, finalmente evolucionó hacia la fatiga. Ahora somos un pueblo cansado y dormido, sin fe en nuestras instituciones, no creemos que puedan resolver nada. Después de todas las grandes discordias, lo que los brasileños realmente quieren es que se termine esta racha. La sensación es como de un largo miércoles de ceniza, de un cielo nublado, de una playa sucia, y el único recuerdo de este período será la resaca.


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Aproximaciones feministas al retrato y al paisaje SOBRE LAS ABUELAS DE CINTHYA SANTOS-BRIONES Y LOS TESOROS DE ZAHARA GÓMEZ Fotografías Cinthya Santos-Briones y Zahara Gómez, texto Ángeles Donoso Macaya

Tradicionalmente, la fotografía ha sido entendida como una práctica en la que un “fotógrafo-autor”— generalmente hombre—produce imágenes sobre sujetos “otros”, sin generar o establecer contacto con esos “otros.” Este modo tradicional de la fotografía tiende a reproducir prácticas extractivas y dinámicas de poder paternalistas y neo-coloniales: el fotógrafo, el sujeto que (supuestamente) sabe y que produce nuevo conocimiento mediante la toma fotográfica, asume la posición de poder; el sujeto fotografiado, por su parte, queda relegado a la condición de objeto de estudio (es el “tema”). Nada más lejos de esta dinámica que las prácticas feministas y colaborativas de Cinthya Santos-Briones y de Zahara Gómez. Trabajando en el territorio expandido del género documental (a la vez en diálogo y en tensión con sus tradiciones, sus genealogías, sus espacios discursivos, etc.), ambas fotógrafas ensayan y ponen en práctica metodologías y formas de creación colaborativas que interrogan, exploran y expanden, respectivamente, dos géneros fotográficos tradicionales y persistentes: el retrato y el paisaje. En este sentido, aún cuando esta reflexión se centra en las “autoras” de cada serie, es importante indicar que ni los retratos de las Abuelas le pertenecen a Santos-Briones ni los paisajes de Tesoros a Gómez. Esto, porque las fotógrafas y sus colaboradoras ponen en práctica aquello que Ariella Azoulay llama “el contrato civil de la fotografía”. Este contrato civil nos refiere al espacio político que la práctica de la fotografía abre mediante la cámara y depende de la confianza mutua de las personas involucradas en el acto fotográfico, así como también de la confianza que ambas partes depositan en la fotografía como medio de registro documental. De acuerdo a Azoulay, la cámara le permitió a sus usuarixs formular y articular formas de soberanía alternativa, desligadas de la lógica de la excepción en la que opera el estado-nación. A propósito de colaboraciones y complicidades, algo similar ocurre con este texto que lleva mi nombre. Las ideas expresadas aquí no son “mías”. Estas (mis) ideas hacen eco, repiten de otra manera, ideas formuladas por las fotógrafas a propósito de su trabajo. Como dijo la poeta afroamericana feminista Audre Lorde, “No hay nuevas ideas, solo hay nuevas maneras de darle aliento y poder a las ideas que apreciamos”. Esta (mi) reflexión no es sino ejemplo de esta lúcida observación.

Abuelas Cuando la señora Gisela Bravo Martínez se enteró de que Cinthya Santos-Briones era fotógrafa, le pidió que le hiciera un retrato: la abuela quería hacerse una foto para regalársela a su nieto. El día concertado, Santos-Briones, quien frecuentaba la casa de señora Gisela porque era amiga de su nieto, se sorprendió al encontrarla vestida de traje, el salón reorganizado y decorado especialmente para la toma. Fue el pedido inicial de señora Gisela (“hazme un retrato”), y sobre todo su resolución estética en los momentos previos a la toma y durante el acto fotográfico (en esta serie, la vemos posando sentada y erguida junto a una enorme jirafa de peluche), lo que determinó la forma del proyecto y la metodología adoptada por Santos-Briones. La señora Gisela le presentó a Santos-Briones a varias de sus comadres para que les tomara fotos. Estas comadres, a su vez, le presentaron a otras. Antes de retratarlas y durante el proceso de la toma, Santos-Briones pasó tiempo en sus casas. Ahí fue conociendo a sus familias y aprendiendo más de sus ocupaciones, sus talentos e intereses. Las mujeres que vemos en estos retratos, me contó Cinthya, son mexicanas indocumentadas que migraron a Nueva York hace décadas en búsqueda de mejores oportunidades para sus familias. Todas han construido sus vidas en esa ciudad; muchas tienen hijxs y nietxs que viven a ambos lados de la frontera. Estas mujeres aportan diferentes tipos de conocimiento a su comunidad: como abuelas, todas están a cargo de transmitir las tradiciones, la costumbres y la lengua a sus nietxs (la mayoría nacidos en Estados Unidos); algunas son organizadoras comunitarias; varias son curanderas; las hay también cantantes. 43


Si bien los retratos evocan la idea de “estabilidad” (las mujeres parecen bien instaladas en sus casas y entornos), muchas tienen trabajos “inestables” y mal pagados y a menudo son víctimas de explotaciones. Asimismo, a pesar de llevar entre veinte y treinta años viviendo en Estados Unidos, todas han debido permanecer “invisibles e indocumentadas”. No puedo dejar de enfatizar el doble significado que asume esta cualidad en el trabajo de Cinthya: por un lado, las abuelas permanecen indocumentadas debido a la negativa de la administración estadounidense a transformar sus leyes de inmigración (se estima que hay más de once millones de inmigrantes en esta situación); por otro lado, permanecen indocumentadas porque no han sido, hasta ahora, registradas y reconocidas por una cámara cómplice y amiga (los usos disciplinarios del retrato fotográfico son bien conocidos). En conversaciones, Cinthya describe este proceso como un acto de auto-representación. Para ella, es crucial retratar a las abuelas tal como ellas desean ser vistas y recordadas, gesto cómplice que también busca romper con el estereotipo de la mujer mexicana inmigrante e indígena (normalmente conceptualizada y representada como trabajadora doméstica). Los retratos de Abuelas ponen entre paréntesis o en suspenso, así, la representación visual de la mexicana “indocumentada” y lo hacen por partida doble. Relaciones de amistad y de camaradería vinculan a varias de las mujeres retratadas y Cinthya describe a las abuelas como sus amigas, comadres, colaboradoras y coautoras. Esto último es importante: Cinthya no deja de enfatizar el rol de las abuelas como agentes políticos de la imagen. Todas las mujeres que vemos en la serie—unas exhibiendo poses y atuendos más audaces que otras—eligieron cómo y dónde ser retratadas: ellas decidieron el espacio, el decorado, la ropa y la pose. La cámara amiga y cómplice de Cinthya se aproxima con delicadeza y respeto y produce para ellas una o varias imágenes elaboradas en sus propios términos. Estas imágenes registran cómo las abuelas se apropian del espacio, cómo lo transforman y lo hacen suyo. No por nada Cinthya los llama retratos de medioambientes. Los ambientes creados y reproducidos en el encuadre combinan colores, texturas, diseños, formas vivientes (plantas, mascotas) y no vivientes (peluches, fotos, adornos de todo tipo). Las abuelas, nos dicen y nos muestran estos retratos, han logrado edificar su esquina del mundo en el sur de Brooklyn. Los espacios interiores que vemos en estas fotos, coloridos y saturados de recuerdos, objetos y artesanías, funcionan como extensiones afectivas del interior de México: ese allá fuera, lejano, es re-producido aquí, bien cerca, en lo más íntimo. Con Abuelas, Cinthya nos devuelve la mirada de un sinnúmero de mujeres que reclaman y ejercen día a día su derecho a una vida digna, a poder realizarse como abuelas, curanderas, trabajadoras, artistas u organizadoras comunitarias en un país extranjero. Todas, por el solo hecho de vivir sin documentos en un país cuyas leyes no las acogen, materializan un acto de desobediencia civil—un acto político. Por eso, al mirar a estas abuelas indocumentadas a quienes la cámara de Cinthya documenta con tanta precisión y delicadeza, no dejo de pensar en “el contrato civil” de la fotografía, en la noción de que todxs somos ciudadanxs de la fotografía. Como nos recuerda Azoulay, el espacio político que la fotografía posibilita se funda en la igualdad de los individuos “tal cual son” (en oposición a cómo “deberían ser”… sujetos “ciudadanos estadounidenses”, “inmigrantes con documentos”, etc.) y en la solidaridad que precede a la identificación de los individuos con el poder soberano. La noción de contrato pone de manifiesto también el pacto que subyace a la producción de los retratos. Al final, la serie Abuelas le debe, más que a la creatividad o al genio de su “autora”, a la capacidad de Cinthya de escuchar, de atender y de poder devenir cómplice, amiga y comadre.

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Tesoros Una cuestión que aflora de manera consistente en el trabajo fotográfico de Zahara Gómez es la pregunta por lo que queda: vestigios, restos, ruinas. Estos vestigios no solo ponen de manifiesto y son efecto de diferentes formas de violencia, sino que también instigan la pregunta sobre esa violencia de la que son efecto. Tesoros se inscribe en esta exploración. La presencia de los tesoros que le dan título a esta serie es tenue, esporádica, mínima. La primera foto muestra un paisaje a lo lejos: sol fuerte, nubes altas, calor. Se ven algunos árboles. Sé que la segunda foto está tomada desde muy cerca, pero bien podría ser un espacio fotografiado desde lejos. Las rugosidades parecen montañas y ríos. Aunque los tesoros casi no aparecen en estos y otros paisajes que conforman el relato visual, estos están latentes en cada toma. Esto, porque la búsqueda de “tesoros” (como designan las mujeres rastreadoras a las osamentas humanas que encuentran en el desierto) no solo orienta la labor en terreno (en este caso, el trabajo forense realizado en el área cercana a Los Mochis, en Sinaloa, México), sino que también marca la pulsación, el ritmo de la secuencia: diferentes “paisajes”—vistas generales y trípticos compuestos a partir de imágenes que parecen, en algunos casos, vistas aéreas—son intercalados con tomas en las que la cámara enfoca la tierra, al suelo. Tanto se acerca la cámara en estas tomas, que los objetos y restos que enfoca (balas, huesos, suelas de zapato) parecen al alcance de la mano. Mirando estos “paisajes forenses” intento descifrar la distancia que media entre la fotógrafa y los diferentes objetos y espacios que registran, evocan o representan. El cambio de escala, la variación en la distancia, me hace cuestionar lo que veo. ¿Qué muestran o qué son esos trípticos compuestos por trazas, líneas y fisuras? ¿Son montañas fotografiadas desde lejos? ¿Son huesos fotografiados desde cerca? Sin duda (esta es la única certeza que tengo), la contemplación de estos paisajes forenses en los que tesoros son a veces des-cubiertos, genera más interrogantes que respuestas. Sin embargo, no podría ser de otro modo, porque las rastreadoras no tienen respuestas—por algo buscan. El momento del hallazgo tampoco es garantía de respuestas, por el contrario: en el ámbito forense, cada hallazgo desencadena una serie de nuevas preguntas que varían de acuerdo a la edad de las osamentas encontradas. ¿Quién es? ¿Cuándo murió? ¿Cómo murió?, son interrogantes que surgen al descubrir osamentas recientes (en el caso de tratarse de restos de larga data, las interrogantes se expanden). Son muchas las interrogantes sin respuesta, las desapariciones sin resolver y las denuncias que el estado no atiende ya sea por ineficacia, indiferencia o complicidad. Zahara no intenta ofrecer respuestas; más bien, pone las interrogantes en escena—reconstruye el territorio y la evidencia encontrada ahí y los exhibe. La dialéctica entre cercanía y distancia provoca cierta indeterminación en la mirada (quiero saber más… saber, por ejemplo, quiénes son las personas que se ven a lo lejos en algunas tomas, qué son las formas documentadas de cerca, etc.). Este montaje atestigua, reconoce y evoca la incertidumbre que enmarca las labores de búsqueda, reconocimiento e identificación. En este sentido, junto a las interrogantes propias del trabajo forense, están también las interrogantes de la fotógrafa, de orden ético y estético: ¿cómo dar cuenta de las diferentes facetas de la labor forense por medio de imágenes? ¿Cómo expresar visualmente la persistencia y la perseverancia de las diferentes agrupaciones (compuestas en su gran mayoría por mujeres) que buscan a seres queridos desaparecidos? ¿Cómo sugerir la inconmensurabilidad material implicada en el acto de buscar osamentas humanas en vastas extensiones de terreno y lo inconmensurable de cada vida perdida? ¿Cómo documentar la desaparición y la pérdida, cómo dar cuenta de lo incontable e inconmensurable—el trauma, la ausencia? Tesoros se pregunta y nos pregunta, cuál es la medida justa para acercarse a la labor de búsqueda, ¿qué medios y qué herramientas usar, qué modos de representación? Si bien la serie expresa el sentido de lo inabarcable, no deja de enfatizar también lo radicalmente concreta y material que es la labor en terreno. Para encontrar restos, hay que hacer hoyos en la tierra; hay que detenerse a mirar de cerca, hay que ir con los ojos fijos en el suelo. La cámara, en una especie de mímica colaborativa y afectiva, en un acto de solidaridad y de complicidad, imita este gesto. Se posa en ángulo picado contra el suelo, enfocando sus fallas, sus hoyos, sus heridas. El acto de mapear y de trazar rutas que orienta el trabajo realizado por equipos forenses y organismos civiles es evocado en estos paisajes. Un tríptico, por ejemplo, está compuesto de tres fotografías tomadas en la región de Tucumán en Argentina. Estas fotografías muestran, respectivamente, el suelo del lugar, un hueso encontrado ahí y nuevamente el suelo. Este paisaje forense está marcado por grietas y líneas, fisuras. marcas nos hablan de la persistencia de los huesos, objetos forenses que son acarrean para siempre las marcas—la evidencia—de la represión. El tríptico evoca las metodologías del horror implementadas y perfeccionadas a escala transnacional en el contexto de la guerra fría y las dictaduras militares. Las líneas del suelo continúan en las líneas marcadas en el hueso; esta prolongación de


marcas y fisuras (del suelo al hueso al suelo) sugiere vigencia, persistencia. En la serie, este tríptico es intercalado con otros paisajes que nos refieren al presente, en particular a la violencia que azota a diferentes comunidades en México. Para esta fotógrafa, el caso de México cobra especial relevancia ya que la violencia no surge en un contexto dictatorial o de guerra civil, sino que es consecuencia de las políticas fallidas del estado en relación al narcotráfico. En ese país, la fotógrafa trabaja y colabora con el colectivo “Las rastreadoras del fuerte” de Los Mochis. Estas rastreadoras buscan a desaparecidos recientes, de hace cuatro años, dos años, un mes, o dos semanas. En Sinaloa, las desapariciones son principalmente de hombres jóvenes—cada lugar tiene casos diferentes—y es común que se hallen cuerpos en las búsquedas. Zahara acompaña a las organizaciones civiles en sus búsquedas y fotografía las faenas y las herramientas utilizadas; en ocasiones, retrata también a las mujeres. El trabajo forense construye y sedimenta la memoria desde lo más mínimo—desde los huesos. “Nuestros huesos son los últimos testigos, fósiles, evidencias de una vida y de su contexto,” sugiere Zahara, y agrega: “Yo trabajo creando y reconstruyendo esos territorios.” Estas nociones, crear y reconstruir, son claves. Mirando Tesoros, pienso en ideas formuladas por Thomas Keenan y Eyal Weizman sobre la ciencia forense. La “evidencia” no es evidente, su presentación ante un foro no tiene garantías; más bien, la presentación es lo que inicia el debate para establecer la verdad, para exigir justicia. Por eso Keenan y Weizman formulan la ciencia forense como una estética: el arte de la ciencia forense consiste en saber cómo presentar la evidencia, cómo volverla evidente. Evoco estas ideas no porque los “paisajes forenses” de Tesoros hagan evidente la evidencia (ya dije que el trabajo de esta fotógrafa no ofrece respuestas). Por el contrario, Tesoros visualiza el trabajo forense como una labor afectiva y epistémica que persevera sin garantías, sin respuestas concluyentes.





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Una sombra oscilante 2016-2018 Paisajes / Microfilm 2019 Fotografías y texto Celeste Rojas Una sombra oscilante establece un diálogo con el archivo fotográfico de mi padre, producido entre 1970 y 1989, durante su militancia en Chile y sus once años de exilio en Ecuador. Se propone como una serie de ejercicios de aproximación a las imágenes que construye y desvanece la memoria y sobre el espacio de la ficción que desde ahí es posible establecer. Desde la abstracción que da título a la obra y desde la naturaleza del material mismo con el que se trabaja en este proyecto se propone aludir a lo ausente y lo presente, y en ese tránsito, a un movimiento —la oscilación— que da lugar a una apropiación del archivo como posibilidad transformadora. Entre la luz y la sombra, entre el origen y el exilio, entre una dictadura y un proyecto revolucionario, entre una identidad y su devenir otros, hay lugar para una presente aproximación a la construcción —o desintegración— de una memoria. Por la oscilación de la luz y la sombra aparece el ‘relámpago’, un espacio que irrumpe y toma lugar en medio del ‘Entonces’ del archivo y el ‘Ahora’ de su reconocimiento.

Mientras que Paisajes / Microfilm surge desde el mismo archivo. Las imágenes de la serie, que parecen semejantes a las tomas que se hacen de los cuerpos celestes, exhiben únicamente las rasgaduras y marcas del paso del tiempo en los fotogramas que no fueron originalmente expuestos. Las obras que contienen diapositivas, combinan marcos del archivo original y textos que se construyen a partir de acotaciones realizadas por mi padre en un intercambio epistolar conmigo a través de correos electrónicos, cuando se enteró que yo iba a comenzar a trabajar sobre este material, en 2016.

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CONSTELACIONES / MICROFILM (II) DE LA SERIE PAISAJES / MICROFILM (I)






Cores e Valoresa Fotografias Fernando Banzi, texto Stephanie Ribeiro e Tulio Custódio.

Tipos é um resgate da obra do fotógrafo teuto-brasileiro Alberto Henschel (1827–1882), conhecido pelo registro das paisagens do Rio de Janeiro e do cotidiano da monarquia brasileira durante o Segundo Reinado. Seu título de Photographo da Casa Imperial habilitou-o a fotografar o impera- dor Dom Pedro II e sua família. Mas, certamente, sua principal contribuição à história da fotogra a foi o registro de todos os extratos sociais do Brasil oitocentista: retratos geralmente no padrão carte-de-visite foram tirados da nobreza, dos comerciantes ricos, da classe média, e também de negros e negras, escravizados e libertos, em um período anterior à Lei Áurea. ​ O trabalho de Fernando Banzi consiste na ressignicação desses registros de pessoas de descendência e/ou origem africana, datados do m dos anos de 1860, feitos em Recife e Salvador. Retoma o passado e, por meio da pigmentação de retratos de Alberto Henschel, confere a esses indivíduos o direito à subjetividade. Faz isso através da técnica escolhida, a fotopintura digital, da manipulação de imagem, permitindo, assim, diversas possibilidades narrativas e nos convidando a imaginar essas histórias, tirando-nos do lugar confortável e comum da narrativa única e condensada sobre o indivíduo negro. Mesmo quando escravizados, estes não eram seres iguais, com origens iguais, com ações iguais diante da opressão, assim como hoje não somos e talvez nunca sejamos. A seleção de imagens que compõe esta exposição acopla indivíduos negros com características diversas já no período colonial. ​ De onde viemos? Quem somos? De onde vieram nossos traços? Por que esses cabelos, traços e cores, mesmo diferentes, colocam-nos numa categoria única na ataualidade, a de NEGROS? Ao dar novas cores para os carte-devisite de Alberto Henschel, Banzi coloca um óculos sobre os nossos olhos, um óculos da imaginação, que nos faz refletir sobre essas figuras não apenas no lugar de vítimas objeto dessa estrutura colonial, mas de vítimas PESSOAS dessa estrutura colonial. É um cuidado com aqueles que, mesmo diante das suas diferenças de origem, traços, cores, cabelos, eram resumidos a uma única categoria: ESCRAVOS. Assim como quem define quem era negro o fez a partir da compreensão de que éramos o outro do outro, o escravizado também teve sua desumanização afirmada a partir do entendimento de que ele não era a norma. Renomear-se, rede finir-se, trajar-se com novas cores parece uma premissa simples, mas é tornar-se humano. ​ Tornar-se sujeito para negros está também no processo de dar luz às diversidades sobre sua própria identidade. Em tempos nos quais o debate racial se populariza, falas sobre colorismo, identidade racial, traços negros e apropriação cultural ganham força e destaque, pois esses assuntos permeiam o campo do subjetivo. Subjetivo esse que o racismo da forma como se concebeu no Brasil negou àqueles que foram tratados como tipos de coisas, e não como tipos de pessoas. O que o racismo fez na nossa história, na história que inventou e construiu o Brasil, e ainda o faz, foi dar valores negativos e pejorativos a determinadas cores. O preto se tornou “chapado” em uma gama de valores negativos: o ruim, o indesejado, o marginal, o não humano, a coisa. O preto, em sua porção de cor que mostra o sujeito de origem africana, o escravizado, é a cor que constituiu o negativo. ​ Dar novo signicado a esse lugar, transformando-o em positividade, é o que faz a geração que diz que seus cabelos com tranças coloridas e suas roupas com estampas não são o feio, não são a escória, são demonstrações de seu empoderamento e liberdade. O simbólico é que isso também se dá pela somatória de novas cores, tanto no sentido de acoplar outras lutas, como a feminina e lgbtq+, quanto de se fazer perceber pelas cores que compõem a estética do seu próprio corpo. Para muitos, suas fotos e registros atuais são meras manifestações egóicas; para quem ainda vive numa sociedade que condiciona negro a um único tipo de ser com as mesmas características, são uma disputa de narrativa. Sem dúvida, Fernando Banzi faz uso dessas influên- cias atuais para recolorir esse passado presente, traçando um cruzamento de diversas narrativas e dando, até mesmo para nós, a nova geração, a tal geração “tombamento”, a chance de criar pontes e raízes com a identidade que nos foi tirada. ​ A exposição Tipos apresenta novas cores que usamos para ampliar o repertório sobre olhar as pessoas negras, sobre os valores que precisam ser colocados para olhar seres humanos que foram histórica e estruturalmente vítimas de uma violência sem precedentes. Banzi propõe novas cores para fotos, possibilitando-nos imaginar outros valores, deslocando do imaginário pobre e racista brasileiro a imagem pejorativa sobre escravizados. São seres humanos, pessoas. Gente. Tipos de gente. Tipos oferece novas nuances ao passado tão próximo da história do Brasil, pluralizando nossas existências e, sem dúvida, é um ponto de partida para aqueles que não conseguem reconstruir um projeção clara sobre sua origem. Agora, mais do que nunca, é o momento de dar novas cores à nossa paleta de símbolos, novas conduções para nossa imagem de humanos, de sujeitos. ​ Tipos serve como um elo no vazio ao conferir novos valores para aqueles que sempre foram resumidos à sua cor.









¿Dónde están? Texto César Barros ¿Dónde están? ¿Dónde están? ¿Dónde están? A la vez pregunta, exigencia y desafío al poder dictatorial, es desde su repetición que este enunciado adquiere su sentido político, es desde su (re)iteración, a través de diversas plataformas, modos de visibilidad y coreografías, que deviene articulación de lucha colectiva. ¿Dónde están? introduce, expone, una fisura múltiple en un Chile que, a través de los aparatos de visibilidad del poder dictatorial, se auto-representa como una nueva plenitud. La pregunta afirma, en boca de todxs aquellxs que valientemente se atrevieron, se atreven, a enunciarla, que el crimen es (d) el Estado cívico-militar ilegítimo, un Estado que borra la existencia real y simbólica de personas y que, por todos los medios a su alcance, quiere borrar aquella borradura. ¿Dónde están? aparece de diversas formas: en pancartas, en las voces valientes de los familiares de los detenidos desaparecidos, en el calmo danzar de una cueca sin compañero, en el auto-encadenamiento público a los espacios del poder dictatorial. ¿Dónde están? es siempre enunciado por alguien, alguien que porta uno o más retratos de compañeras y compañeros desaparecidos. ¿Dónde están? es entonces también un “¿dónde estamos?” Un “¿qué presente es este donde la presencia es desecha y la existencia negada?” Esta repetición, esta insistencia, de la pregunta debe oponerse a cualquier serialidad anquilosante, oponerse sobre todo a la estadística que despersonaliza, a una lógica simplista del número. La singularidad del acontecimiento de la desaparición forzada de un ser querido, sus derechos a la presencia y a la demanda, deben mantenerse a toda costa. Demandar del poder cívico-militar un respuesta y resguardar la potencia de aquella singularidad histórica fue gran parte del trabajo político de familiares, seres queridos y el personal de, primero, el Comité Pro Paz y, luego, la Vicaría de la Solidaridad. En 1978 la Vicaría publica en siete tomos ¿Dónde están? lanzando al espacio público la investigación valiente y meticulosa de familiares y funcionarios de la institución con respecto a la desapariciones forzadas llevadas a cabo por el aparato represivo. En estos libros, otra iteración del ¿Dónde están?, se hacen públicos los datos biográficos y circunstancias de la desaparición de cientos de personas. Esta es otra manera en que la Vicaría y los familiares insisten en su interpelación a un poder judicial de ojos cerrados y oídos sordos que no quiere ver ni escuchar. Las siete portadas llenas de rostros son también el rostro de cada uno de estos documentos. Un rostro hecho de rostros, uno junto a otro, traspasados por la pregunta: ¿Dónde están? Los siete tomos, las siete portadas, las cientos de fotografías que pueblan la publicación dan cuenta de la magnitud del terrorismo de Estado. El número de tomos y el número en el pie de cada foto buscan dar cuenta de la extensión del crimen, sin embargo, la articulación a la foto enmarcada y rodeada de otras fotos con número y marco, bloquea la pura suma y la pura estadística. Miro la fotografía de la desaparecida 476 en la portada del tomo 7, su sonrisa diáfana en un presente que ya no puede existir y no puedo no ver todas las fotografías que la rodean. Veo en la cara de esa compañera las otras 475 singularidades escamoteadas por el poder dictatorial. Veo otra articulación del poder popular, de lucha colectiva, y veo el esfuerzo valiente de los que la buscan. La fotografía funciona aquí como demanda, como lucha, como desafío a un sistema de visibilidad que la quiere vaciar. Como la pregunta ¿Dónde están?, estas fotografías—signo de una singularidad y una multiplicidad—no son meros testigos del pasado; su tiempo presente es certero y no da concesiones. La deuda que señalan estas portadas, estas fotografías, estos rostros, no puede ser saldada, pero la fuerza de su interpelación al poder Estatal seguirá siendo signo de lucha para todxs aquellxs que cuestionan y disienten de los arreglos del poder en el presente

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¿DÓNDE ESTÁN? PUBLICACIÓN DE 7 TOMOS REALIZADA POR LA VICARÍA DE LA SOLIDARIDAD DE CHILE, EN LOS AÑOS 1978 Y 1979.





Murallas

Fotografías de Osvaldo Salerno, texto Ticio Escobar. Durante décadas, los residentes de Asunción garabatearon en las paredes sus gritos silenciosos, que la policía fue encargada de borrar, con la oscura mancha de la censura.




Ă lbumes Texto Paz Encina

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En algún momento, el álbum familiar donde estaban mis fotos de infancia se perdió. Siempre supuse que una de mis hermanas se quedó con él, pero ella niega esto a muerte hasta el día de hoy. Recuerdo bien que era un álbum marrón, de cuero, y estaban en él, hasta las cartas que los reyes magos nos dejaban junto a nuestros zapatos. Durante un tiempo, fui yo quien custodió ese álbum. En mis años de estudio de cinematografía, fui su dueña. Custodiaba esas fotos a sabiendas de mis otros 4 hermanos. A ellos no le importaba mucho, pero para mí, era “la infancia, nuestra infancia”. Cuando desapareció, sentí, quizá de forma un poco dramática, que parte de mi vida había desaparecido con él, y que mi intención de hacer algún trabajo videográfico de autorretrato de infancia había quedado truncado. Ahora, que vuelvo a pensar en esto, veo que no fue un poco dramático, fue muy dramático este sentir, que ocurrió alrededor del año 2004, donde todavía con mucho más dramatismo pensé: esto siempre pasa en todas las familias, siempre alguien se queda con todas las fotos y además niega. Pasó el tiempo. Hice otras cosas, hasta que en el año 2010, decido, sin saber muy bien, volver a ver mi infancia. Decido estudiar “El archivo del terror”. Paraguay, soportó una dictadura muy larga. Entre los años 1.954 y 1.989, el Gral. de Ejército Don Alfredo Stroessner presidió esta dictadura, que termina con un golpe de estado, realizado por su consuegro el entonces Gral. De Caballería Don Andrés Rodríguez quien llama a elecciones democráticas a días del golpe en aquel 1.989. Yo tenía 18 años, y había pasado toda la infancia y la adolescencia en dictadura, como hija de un opositor dos veces exiliado y varias veces preso. Las siguientes elecciones presidenciales fueron en el año 1.993. Meses antes de estas elecciones se encuentran “sorpresivamente” , “tirados” en una comisaría, documentos de la dictadura efectuados por la policía. Se encuentran archivos policiales, no militares. . Esto causa una conmoción en todo el país, y a partir de ese momento esas imágenes empezaron a ser nuestras. Miles de rostros de opositores fichados, cédulas de identidad de desaparecidos, folios de entradas y salidas, y fotografías… cientas… miles… millones… Comienzo a estudiar el Archivo del Terror desde las fichas efectuadas por la policía. Eran fichas con un formato ya elaborado, donde la policía debía de dar cuenta las características del oprimido: color de ojos, tamaño de pómulos, forma de las dejas, boca, y tenía demás a lado superior derecho una foto tamaño carnet. Comienzo a ver los rostros de hombres, mujeres y a veces hasta niños y niñas que habían sido reprimidos. Reconozco en ellas a mis profesores de facultad, a desaparecidos, a familiares. ESas fotografías eran perfectas. ¿Quién tomó estas fotografías? Fue lo primero que me vino a la mente. Eran fotografías bien tomadas. El blanco y negro tenían oficio, sentí que tenían el oficio de alguien que se dedicaba a eso: un buen encuadre, una buena copia. Pensé que además, en la época del analógico, esto debería de necesitar cierta urgencia, habrán sido tomadas, reveladas y copiadas en horas. .Seguí mirando, mientras encontraba al cotidiano del opositor de aquel tiempo: fotos de velorios, marchas, fronteras, aeropuertos eran los escenarios más comunes, todas, desde un punto de vista vil, cobarde, escondido,. Sigo mirando, sigo estudiando, y comienzo a ver que las fotografías cambiaban de tono, comienzo a ver que que las fotografías tenían intimidad y empiezo a entender que la delación no solamente tenía el ejercicio de tomar fotografías, sino también de incautarlas. Parejas en algunas vacaciones, en felicidad, un hombre posando en algún lugar de Bolivia, un hombre y una mujer acostados en un sofá, llenos de risas… una mujer en una canoa, un hombre en un balcón, y niños… cumpleaños infantiles, niños en un arroyo, niños en algún cerro. Niños. En ese momento entendí algún cuidado extremo hacia nosotros por parte de mis padres. Uno nunca sabía bien quién era el delator, el pyragüé, palabra que en guaraní significa “pié peludo” : eran los que caminaban sin hacer ruido, los silenciosos, los escondidos. Empecé a entender que el pyragüé podía ser el mozo de algún cumpleaños, o quien pasaba las películas infantiles en S8, podía ser un amigo, podía ser un familiar. Seguí mirando, y en esas fotografías estaba yo. Si estaban niños alrededor de una torta, si estaban niños corriendo en un río, si estaban niños posando a la salida de un colegio, entonces, también estaba yo. Recordé cuando a mis 4,5, 6 años, mi padre me llevaba a la comisaría a dar cuenta que se festejaría mi cumpleañitos. Éramos peligrosos. Para la policía de Stroessner, éramos peligrosos. En mi casa paterna no podía existir ninguna reunión sin que comisaría tercera, que quedaba a tres cuadras de la casa, y era el mayor centro de detención y tortura junto con ex investigaciones los supiera. Avisar sobre cualquier evento, era ley, y comenzó a ser una costumbre para nosotros. Sigo mirando, y veo a un niño con lentes. Mi hermano, de niño, usaba lentes, pienso. Quizá, solamente nos separaba de la literalidad alguna imagen velada, o algún fuera de foco, y ahí entiendo por primera vez que las fotografías de los escenarios de mi infancia no estaban perdidos, y de ahí nace mi trabajo con las fotografías, que tuvieron como intermedio a la angustia, al insomnio, al espanto… y nacen desde una urgencia de sacar de mí ese terror conocido, perdido y vuelto a encontrar. Mis trabajos con las fotografías, que abarcan videos, instalaciones, y un largometraje, nacen desde volver a ver a aquellos que desaparecieron, o que habían muerto con la ilusión de una democracia, o de ver a aquella juventud, demacrada en 35 años. Mis trabajos con las fotografías, no tienen mi rostro, pero son, lo más cercano a un retrato.. Son un retrato. Nacen, un poco para mi pesar, de un pozo negro., o son quizá, como esas cartas de los reyes magos, un camino por muchas noches… donde a lo lejos, se ve una estrella…




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COMO WALT DISNEY Imágenes y texto F.E.A

NUESTRAS CONDICIONES DE PRODUCCIÓN FEA es un frente de producción colectiva libre. Las únicas condiciones que acordamos son las aquí manifestadas y cualquier participante que cumpla con estos requisitos podrá utilizar tanto el sello del frente como sus medios para la difusión del material producido, con previa solicitud de adhesión al proyecto via mail. El proyecto enviado será evaluado por todxs los integrantes y de cumplir con las condiciones de producción, podrá contar con el sello de FEA y los beneficios aquí establecidos.

1 Todo material publicado por FEA deberá responder a la consigna temática de DESOBEDECER A LAS IMÁGENES DEL PODER. 2 Todo material publicado por FEA contará con una versión digital de distribución gratuita (en calidad de lectura y de reproducción) que estará disponible en todos nuestros medios digitales. 3 Todo material publicado por FEA deberá contar con la donación de 3 ejemplares que formarán parte de la colección del frente, y que estarán disponible en espacios o actividades de acceso público. 4 Todo material publicado por FEA no podrá superar en su precio de venta al 3,00% del salario mínimo argentino (9500$), establecido para el año vigente en particular (2018). Es decir $380. Este valor se actualizará acorde al valor establecido a nivel nacional y revisado cada 6 meses. 5 Todo material publicado por FEA será firmado por sus autorxs, y publicado con el sello de FEA. En el caso de que unx autxr quisiera permanecer en el anonimato, deberá conseguir el consenso de todos los integrantes del frente para publicar dicho proyecto sin autor y bajo el sello. 6 Todo material publicado por FEA contará con la participación de dichas publicaciones en todas las ferias y eventos donde participe FEA y su distribución y difusión via todos nuestros medios físicos y digitales.

7 En el caso de que alguno de los items anteriores no sea respetado, haya algún margen de duda con algún proyecto presentado o algún miembro del frente, se decidirá en votación colectiva, por mayoría, el curso a seguir.

Esta publicación fue realizada en enero de 2018 dentro del Taller de Producción Editorial Colectiva coordinado por Federico Paladino y Martín Bollati en el marco de la exposición TODO ACTO DE REPRODUCCIÓN ES UN ACTO POLÍTICO curada por Asunción Casa Editora en el marco del proyecto Sala Cero del Museo Palacio Dionisi, Córdoba. Se trabajó alrededor del tratamiento mediático-visual del caso Santiago Maldonado. La consigna general fue la de problematizar el uso de la imagen y la palabra en los medios de información masivos y, a través de diferentes ejercicios visuales y reflexión colectiva, deconstruir y en consecuencia dejar en evidencia el dispositivo mediático tendencioso como uno de construcción política.

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Padre, hijo y espíritu armado Fotografías y texto Álvaro Andrés Cardona Todos somos partes, fragmentos disociados de nosotros mismos y del pasado. Somos una unión de genes, pieles, cabellos, rostros. Estamos unidos por la urgencia de los días, armados con el sello de los años. Cada uno se cuenta y nos cuenta algo de sí mismo con sus gestos, su mirada, su semblante. Cada rostro es una historia armada. Este trabajo nace entre los combates continuos de las guerrillas y el Ejército Nacional por el control del Catatumbo, una selva tupida y extensa que conecta a Venezuela con Colombia y que constantemente sirve de corredor para los altos mandos de los grupos al margen de la ley. Sin embargo, no solo estos grupos entraron a protagonizar la historia del terror en esta zona del Norte de Santander. El cultivo de la coca desde los años 80 ha dejado miles de niños que crecen a merced de los vecinos, ya que sus padres no tienen otra opción laboral que cultivarla. Los ejércitos paramilitares, que entraron en los ´90 a la zona a combatir la guerrilla, subsidiados por los terratenientes y con complicidad del estado, son el otro punto negro en esta dilatada crónica de la violencia en puntos suspensivos. Durante 6 años, azotaron la zona con masacres civiles (1999-2005), afectando a más de 9.000 de los 20.000 habitantes que tenía la población en la época. Las duras condiciones de las vías de acceso —un recorrido de 100 km que comprende la carretera Tibú a La Gabarra y que puede demorar entre 13 y 14 horas— sumadas al conflicto de la zona, hacen que El Catatumbo lleve a cuesta una pesada carga cotidiana entre olvido y exterminio. Los retratos mostrados acá son la construcción del momento, el resultado de la confianza construida sin cámaras, solo con los ojos y el oído; son la compenetración del sujeto y el fotógrafo, son poder llegar al corazón de los dos y unir los latidos en un clic, en una imagen. LA ESPOSA / “Nunca se había despedido, cómo se despidió esa mañana”… susurraba Luz María Torres la esposa de Luís Alfonso Carrascal, mientras traía una taza de café y emprendíamos una conversación. Carrascal iba para la finca a seguir su trabajo de campesino, como lo hacía todos los días y sabía que su responsabilidad se había duplicado con la llegada de la segunda niña. Le tocaba sudarla más. Le dio dos besos a sus hijas de 1 y 3 años y salió de su casa a emprender el camino para su finca. “Dicen las personas que lo vieron salir, que una camioneta 4x4, de esas que siempre usaban esos ‘paracos’ (paramilitares), lo detuvo, se bajaron 4 hombres, lo cogieron, le taparon los ojos, la boca y se lo llevaron”. Nunca más se volvió a saber de Luis. Ahora las niñas tienen 14 y 17 años, la menor siempre guarda en su habitación la foto de un padre que dice que nunca conoció. Mientras el café caliente bajaba por nuestras gargantas, Luz María le pide que la traiga. “Mirá, éste es mi Luís” y me muestra la imagen exlamando con una voz de resignación: “Quiero encontrarlo…así sea para ver los huesos”. LA MADRE / El Catatumbo guarda en sus tierras llenas de petróleo, coltán, esmeraldas y carbón, los secretos que desconoce el mundo. Guarda los rostros del pasado, la memoria rasgada por la violencia y el testimonio vivo de una tierra que sangra. “Mucha Sangre no se recoge con una cucharita, ¿quién llora y recuerda a los que no están?”, decía Luisa Benilda Jaimes, la partera más reconocida de La Gabarra y una de las retratadas en este proyecto, mientras contaba la historia de sus dos hijos: el más joven entregado por su padre a los ‘paracos’ para que lo mataran porque la droga lo estaba consumiendo, y el del medio, asesinado mientras trabajaba y utilizado como ‘falso positivo’; es decir, como un supuesto guerrillero que dado de baja, demostraba los resultados de la Fuerza Pública. EL HERMANO / Tal vez esa camioneta en la que fue raptado Luis, fue lavada por Tulio Rodríguez Contreras, el hermano de Marco Aurelio Rodríguez. “Más de una vez los paramilitares me colocaron un arma en la cabeza para que les lavara los carros donde habían matado a la gente… esos carros llegaban manchados de sangre y entonces…el que tiene el arma es el que manda”, cuenta Marco Aurelio. Él, junto al “Chato”, como le decían a Tulio su hermano, tenía un lavadero de carros en la vereda La Gabarra. “El chato no se metía con nadie”, expresaba mientras la luz de sol le iluminaba las pupilas, “él se fue para la finca en su carrito blanco y lo fueron a buscar, lo esperaron y ahí quedó junto a su carro. Dicen que lo mataron por envidia … por acá los rumores matan”. Al Chato lo asesinaron, dejando una mujer y tres hijos. Esta muerte fue un disparo certero al núcleo familiar que desencadenó posteriormente en la muerte del padre por pena moral y de la hermana por la muerte de su hermano y de su padre. 95







Archivo Muerto Fotografías Andrés Orjuela, texto Kim Knoppers

Una tarde de 2011, se colocaron varias cajas en la calle frente a las antiguas oficinas del diario El Espacio en Bogotá, Colombia. Se las llevo alguien que se ganaba la vida reciclando basura. Las cajas resultaron ser una mina de oro. Estaban llenas de fotografías originales que una vez se publicaron en el diario, que se describe a sí mismo como “El Darío Del Pueblo Colombiano”. La primera de las fotos data del 25 de agosto de 1966, apenas un año después de la fundación del periódico. Por una ruta indirecta, las fotos en blanco y negro terminaron en manos del artista Andrés Felipe Orjuela. Después de estudiar arte en la Universidad Nacional de Colombia, se mudó a la Ciudad de México para trabajar en su doctorado. Allí se encontró con el fotoperiodismo sensacionalista mexicano, conocido como nota roja (literalmente: noticias sangrientas), de las cuales la revista Alarma! Es uno de los ejemplos más ilustres. Establecido dos años antes que El Espacio, catalogó el crimen y la violencia en México hasta 2012 año de su cierre. Los cadáveres atrapados en automóviles destrozados en las posiciones más retorcidas, las víctimas horriblemente mutiladas de apuñalamientos y los cuerpos decapitados son fotografiados gráficamente y sin restricciones, aun hoy día se pueden encontrar diarios de este tipo en México. Las fotos del archivo rescatado de El Espacio se convirtieron en el punto de partida para el Archivo Muerto de Orjuela. Las fotos que seleccionó no muestran ningún accidente al azar o escena del crimen. En cambio, reflejan el período violento en la historia colombiana que siguió a La Violencia un tiempo en el que el gobierno, los grupos paramilitares sombríos, las guerrillas de izquierda y los sindicatos del crimen lucharon entre sí, mientras se esforzaban por aumentar su influencia en el país. Las drogas fueron un factor importante en todo esto. Orjuela eligió las imágenes más interesantes e hizo escaneos de alta resolución, que luego amplió. La foto original del periódico de Luis Aldana Uno de los Antisociales es ahora alrededor de diez veces su tamaño original. Como resultado, la expresión facial del hombre acurrucado mientras se resiste al arresto es mucho más claramente visible. La mueca a juego en la máscara que cuelga en la pared también es mucho más clara. Desde la esquina inferior izquierda de la foto, un pie pateado en una pierna uniformada se introduce en el costado del hombre. En otras fotografías en el Archivo Muerto, los manifestantes visten de blanco, los carros explotan o un colchón sucio con una soga son el rastro de un secuestro. La representación explícita de la violencia y el crimen es algo a menudo asociado con los medios de comunicación de América Central y del Sur, pero la fascinación por el espectáculo de la muerte es un fenómeno de todos los tiempos y lugares. La popularidad del verdadero género criminal en línea y en televisión en los Estados Unidos ha aumentado enormemente en los últimos tiempos. Recientemente se anunció que a Adnan Syed, el condenado que se hizo famoso a través del podcast Serial, que obtuvo 68 millones de oyentes, se le otorgó un nuevo juicio. Jeremy Meeks, el delincuente sorprendentemente guapo con penetrantes ojos azul grisáceo cuya foto policial se volvió viral rápidamente, fue liberado y ahora le espera una carrera en Hollywood. Los crímenes que realmente ocurrieron cambian de carácter al volver a representarse y luego mostrarse en las pantallas de las computadoras, en la televisión o en el cine. El mal y la muerte se desactivan y se hacen menos amenazantes por la mediatización. En Archivo Muerto, de Andrés Felipe Orjuela, se lleva a cabo un proceso comparable, a pesar de que los eventos se resumen en una foto. Orjuela cambia el carácter de las fotos y la mirada voyeurista mediante el uso del color. Introduce aceites y pigmentos fotográficos con la punta de los dedos y pequeños pinceles sobre papel fibroso. El procedimiento que utiliza tiene sus orígenes a mediados del siglo XIX y es casi tan antiguo como la fotografía misma. Después de la invención del daguerrotipo, en el que el mundo se muestra en blanco y negro, hubo un deseo de retratar a las personas de la manera más real posible. Eso significaba introducir color. Al principio fue difícil adaptarse al cambio. La verdad desnuda, capturada mecánicamente por la cámara, fue muy difícil después de haber sido pintada por encargo, transformada en retratos idealizados. Entonces, a las personas en las fotos se les dio un hermoso cabello suavemente coloreado y rubores románticos en sus mejillas. El color de las fotos satisfizo tanto el deseo de retratar el mundo como realmente es y la necesidad de hacer que la imagen sea más atractiva. Esto es lo que hace que las fotos del Archivo Muerto sean tan intrigantes y paradójicas: la violencia incondicional y real de la historia colombiana, grabada con solo presionar un botón, contrasta con la suave seducción de la bella imagen pictórica a la que el color pertenece. Se ha aplicado con mucho cuidado. El trabajo de Orjuela interviene de manera simple pero efectiva en la forma en que las personas consumen imágenes de los medios. Mediante el acto de introducir el color, Orjuela cambia drásticamente la experiencia voyeurista de la sensacional foto de noticias. La introducción de una gama de colores pastel suaviza las imágenes, transformando el ambiente de explícito y espantoso a gentil y nostálgico, a veces casi con algo de dibujos animados o payasadas. Le permite a Orjuela hacer que la violencia en las fotos sea inocua.

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Un negro es un negro, pelucas portadores Fotografías y texto Liliana Angulo

Un negro es un negro fue un proyecto que abarcó varios años y recogió diferentes exploraciones en escultura alrededor de las diferentes connotaciones de la palabra negro desde mi experiencia como mujer negra nacida en Bogotá y las implicaciones históricas de la migración de mi familia paterna desde Barbacoas – Nariño hacia el centro del país. En el proyecto cada obra tuvo diferentes fuentes en un proceso de investigación que partía de la historia de la esclavitud, las iconografías del colonialismo y de la trata, las imágenes etnográficas, y la documentación colonial en los inicios de la fotografía. En ese sentido el proyecto trataba sobre la relación de la imagen, -en particular la imagen fotográfica-, con los procesos de colonización. Dentro de Un negro es un negro hice entre otros objetos para el cuerpo, una serie de pelucas y fotografías que llamé Porteadores. Se llaman así porque en África durante el periodo de la trata esclavista a las personas que secuestraban para ser esclavizadas las sacaban hacia los puertos cargando cosas en la cabeza: bienes, productos, recursos y objetos que en medio del saqueo también debían ser llevados hacia los puertos. Las pelucas representan esas cargas de lxs esclavizadxs, pero también lo que nuestrxs ancestrxs trajeron, ese legado, por eso son como grandes afros conectados entre sí por medio de gajos de fibra, mechones de cabello. Las tiras de cabello que les conectan hacen pensar en los lazos de solidaridad que unen a las personas de ascendencia africana. Las pelucas están unidas hablando de la estructura social y de camaradería que se crea a partir de compartir experiencias de vida, sufrimientos personales, situaciones sociales y del cuidado. Usaba lana para esponjillas al hacer las pelucas para aludir a diferentes asuntos y por eso tienen una carga ambivalente, por un lado, se refieren a las cuestiones relacionadas con el pelo “malo”, -el “pelo Bombril”- y por otra parte, remiten a los tocados o a los grandes afros de los años 60 y 70; recuerdan el Black Power, las ideas de empoderamiento del “Black is beautiful” y el pensamiento afrolibertario que permeó todos los territorios de la gente negra. Las pelucas hacen parte de la tradición milenaria de las prácticas del peinado y el cuidado para los africanos y la gente de la diáspora. El cabello y el cuerpo son parte de las expresiones de resistencia de la gente afrodescendiente. Inicialmente las pelucas me permitieron acercarme a las personas de mi entorno cercano, amigos y amigas, familiares, las pocas familias afro vecinas en el barrio, peinadoras y peluqueros, para pedirles que posaran usando los objetos. El proceso previo a las fotografías implicaba una conversación sobre asuntos de raza, identidad y poder desde una mirada crítica. Les pedía que posaran solo si se sentían de alguna manera cercanos a las posiciones contestatarias que planteaban los objetos y si se sentían cómodxs. El trabajo con las pelucas también propició mi primer acercamiento de colaboración con las organizaciones de base del Movimiento Social Afrocolombiano, así como con los peluqueros, las peinadoras y las prácticas del cuidado entre la gente negra. Estas pelucas y las fotografías hacen parte de una instalación en la que fotografía denotaba el objeto. Los objetos fueron construidos para el cuerpo negro, suponen un sujeto, sin el cuerpo negro están vacíos, su significación está basada en la relación física con su referente, la fotografía opera como una forma de nombrar.

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Mi narración triunfará

Collage Pedro Manrique Figueroa, texto Jerónimo Duarte Riascos. Pedro Manrique Figueroa es el precursor del collage en Colombia; el secretario asistente de Luis Lamasonne; un vendedor de estampas religiosas en la Plaza de San Victorino; un trabajador del tranvía de Bogotá; el agente viajero de una cervecería; el agente viajero de una destilería de aguardiente; un visitante asiduo del Club de ajedrez Lasker; un empleado raso de empresas tipográficas; el ideólogo del Proyecto Falso; un ángel caído que se volvió antropoide erguido; un esquizofrénico; un colocador manual de pines; un miembro de las juventudes comunistas; un miembro del Partido Comunista; un miembro expulsado del Partido Comunista; el precursor del gulasch en Colombia. ¿Un artista? No, más bien un deportista. En 1995 Lucas Ospina y Bernardo Ortiz eran estudiantes del programa de pregrado en artes plásticas, ofrecido por el Departamento de Arte de la Universidad de los Andes. Estaban inscritos en el curso “La palabra figurada”, que exigía, dentro de su desarrollo, la realización de una exposición. Como la idea de la exposición era presentar a un artista en cuya obra se viera una relación entre palabra e imagen, Ospina y Ortiz optaron por presentar la vida y obra de Pedro Manrique Figueroa, precursor del collage en Colombia. La exposición pasó sin pena ni gloria entre los estudiantes y le gustó al profesor, quien encontró una afinidad entre el personaje y algunos textos de Cortázar. Los hoy artistas, Lucas y Bernardo, aprobaron el curso. La hazaña habría podido pasar desapercibida si no es porque, meses más tarde, los dos estudiantes se encargan de hacer “El martes de las artes” -la página que por ese entonces El Espectador dedicaba a la cultura-, y contar en ella la vida de Pedro Manrique Figueroa en la Universidad de los Andes. Más tarde, junto con François Bucher -también estudiante de artes plásticas-, Ospina y Ortiz consiguen que el Instituto Distrital de Cultura y Turismo les financie la edición y publicación de una revista de arte, coordinada por ellos mismos. Así nace la revista Valdez, una publicación artística de aparición esporádica, que apenas llegó al quinto número, pero que condensó, entre otras cosas y en unos pocos textos, la vida, obra y algunas conjeturas en torno a Pedro Manrique Figueroa.

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Bolivares para Cañón 2 Fotografía y texto de Jesús Briceño

Disparos, humo, gas, gritos, golpes, himno, banderas, sangre, angustia, hambre, sed, dolor, calor, impotencia, humo, gas, disparos, gritos, golpes, país, presos torturados, disparos, sangre, presos, balas, mentira, rabia, fuego, marchas, cartuchos, banderas, hambre, sed, multitud, país. Muertos. Venezuela viene afrontado por varios años una de las crisis generalizadas más grandes y violentas de su historia. Dicha crisis ha arrasado con casi todo a su paso y es el ciudadano común el afectado directo y notable. Esta situación se ha venido prediciendo desde la instalación e imposición del modelo político y social del fallecido presidente Hugo Chávez, a partir de su discurso violento, pero sobre todo, a raíz de la serie consecutiva de decisiones arbitrarias, donde la esencia medular del totalitarismo se fue instalando sistemáticamente como el perfume de un cadáver congelado que poco a poco se descompone y comienza a oler, siendo aceptado con resistencia, dolor y devastación. El letargo fue heredado por Nicolás Maduro. La necrosis, los gusanos, la fetidez y el mal olor no podrían seguir siendo disimulados, el colapso era inminente. Protestar se convirtió en una nueva cotidianidad en Venezuela. Días, semanas y meses consecutivos donde los ciudadanos salieron a las calles a manifestar sus inquietudes y denunciar la injusticia: gritaron, lloraron y reclamaron un cambio de ese modelo político, corrupto y sucio que se había convertido en una enfermedad dolorosa, contagiosa y hasta terminal para muchos habitantes en el país. La protesta en Venezuela fue masiva, el espíritu de libertad llenaba las calles y avenidas de las diferentes ciudades del país; el mensaje era directo, pero la represión fue brutal. Nada más en el 2014 estas movilizaciones duraron casi todo el año, dejando más de 40 civiles asesinados por parte de los agentes de seguridad y grupos armados ilegales financiados por el estado. El conflicto dejó casi 3000 heridos y más de 2000 detenidos. En el año 2017 retornaría la protesta en Venezuela. Esta duraría cuatro meses, pero triplicaría en muchos de los casos, con respecto a 2014, las escenas de violencia, violación de derechos humanos, tortura y asesinatos. Según el Observatorio Venezolano de Conflictividad Social (OVCS), se registraron más de 160 muertos durante las protestas; de acuerdo con el Foro Penal, más de 400 presos políticos y más de 1400 heridos conforme a las cifras del Ministerio Público. Según CNN, Venezuela se convierte en el país con mayor número de solicitudes de asilo político, con casi 4000 peticiones, sin contar la enorme diáspora que se ha venido desarrollando en los últimos años, la cual ha generado uno de los movimientos migratorios más grandes y alarmantes de la región. Durante el 2017 era común encontrar las calles abarrotadas de cartuchos usados de bombas lacrimógenas, perdigones y algunas balas. La cantidad de fragmentos usados y ejecutados hacia el que protestaba, evidenciaba el uso y abuso de la fuerza bruta y desmedida. La enorme ciudad era solo testigo y víctima de un estado que arremetía contra quien pensaba distinto y clamaba justicia. Aquellos desechos y esa clara evidencia de la violencia se convirtieron en un objeto fácil de conseguir. ¡Era tanto! que, al caminar por algunas avenidas de Caracas, podías tropezarte con ellos. Arrinconados y acumulados, eran prueba fehaciente y símbolo de la represión, pero ante todo, eran la más vil demostración de miedo ante la enorme masa humana y su poder, su grito ensordecedor, su símbolo de libertad. Nunca se escatimó en el uso de las armas y la violencia por parte del estado en contra de los venezolanos. Este panorama da origen a Bolívares para Cañón 2 (2017). Es la segunda parte de una pieza que desarrollé durante el año 2016, donde decido superponer dos elementos cotidianos venezolanos para darle una lectura polisémica a la imagen: una moneda de 1 bolívar del cono monetario vigente para la época (2008), la cual ya no tenía ningún valor, junto a culatas de diferentes balas encontradas. La pieza permite reflexionar sobre el valor de la muerte en Venezuela, siendo este uno de los países con mayor índice de muertes violentas en el mundo. En el 2017, luego de presenciar los niveles exagerados de violencia hacia la población civil por parte de los grupos armados paramilitares y las fuerzas de seguridad del estado, decido ampliar esa primera serie del año 2016. Me apropio de la moneda de menor denominación para entonces, la de 100 bolívares, una extensión del cono monetario del 2008, difícil de conseguir pero con valor insignificante, superpuesta con diversas culatas de balas usadas de diferentes calibres, perdigones y bombas lacrimógenas que fui recibiendo de amigos y compañeros y que yo mismo fui recogiendo mientras me movía por la ciudad. Inicialmente Bolívares para Cañón 2 es una pieza compuesta por quince imágenes, dividida en tres bloques de cinco cada uno. Las balas, los perdigones y bombas lacrimógenas, pero desde su esencia orgánica permite ser presentada y representada de forma mucho más amplia. Es una serie que crece, que se alimenta constantemente por el contexto y las condiciones en la que nació, pero además es un trabajo que mantiene un carácter experimental de la imagen, al utilizar el escáner para el registro y catalogación de fragmentos encontrados de imágenes y la fotografía digital en combinación y superposición. Bolívares para Cañón 2 es la evidencia reiterada y repetida de los diversos mecanismos y maneras de arremeter en contra de un pueblo desarmado que grita, pero que además grita la verdad. Para un culpable no hay nada más insoportable que oír la verdad repetidas veces, fuerte y claro. Esta serie es evidencia del uso y abuso de la fuerza desmedida, al ampliar el objeto de muerte y reducir el valor de la vida en Venezuela a la nada. A lo cotidiano, lo normal. 116






Primera piedra Fotografía y texto de Musuk Nolte La Primera piedra, es una recopilación de imágenes puestas en circulación por medios oficiales de las ceremonias protocolares de colocación de “la primera piedra” en obras de infraestructura del Estado Peruano, efectuadas por autoridades políticas de diversos rangos y jerarquías de poder. El gesto y la ceremonia se repiten bajo las mismas formas y acuerdos tácitos de replicar el acto simbólico con una performatividad casi ritual. Como un gran simulacro del ejercicio de lo simbolico en la retórica politica. La repetición sistemática de las imágenes, cuestiona y evidencia la fragilidad simbólica del acto, el cual se muestra descubierto, fomentando una resignificación critica.

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Fotografiar la propia muerte.

LAS ÚLTIMAS FOTOGRAFÍAS DE WILLY RETTO EN UCHURACCAY Fotografías Willy Retto, Texto Victor Vich

Willy Retto tenía 27 años cuando fotografió su propia muerte. El hecho ocurrió el 26 de enero de 1983, en la comunidad de Uchuraccay, en la zona de Iquicha, en las alturas de Huanta, en Ayacucho, en el Perú. Ese día, ocho periodistas, un guía y un poblador del lugar fueron asesinados por un grupo de campesinos que los confundieron con terroristas. La noticia dio la vuelta al mundo por la crueldad de lo sucedido y porque se trató de una de las mayores matanzas que hayan sufrido hombres de prensa cumpliendo con su trabajo. Todo fue muy rápido. Desde que los periodistas fueron detenidos hasta el momento de la matanza se calcula que solo debió pasar media hora. Sin embargo, en ese contexto de extrema tensión, Willy Retto consiguió tomar una serie de fotografías que hoy tienen un altísimo valor cultural. “Más que representar la violencia, se trata de un testimonio de la violencia misma en los precisos momentos en que esta ocurre” pues, en ellas, “el fotógrafo es, a la vez, testigo y víctima” de lo ocurrido ha sostenido Lizeth Arenas (2012, 8). En este ensayo, me interesa volver a describir estas fotografías, reconstruir la narrativa que traen consigo e interpretarlas a partir de las relaciones entre los hechos y los signos que ahí entrecruzan lo visible y lo invisible. Voy a sostener que el valor de ellas radica en que son el símbolo de una época que tiene zonas grises y de un proceso de memoria social que inevitablemente siempre estará incompleto. Debemos entenderlas como un resto, como la huella opaca de lo sucedido. La historia es estremecedora y puede resumirse de la siguiente manera : Sendero Luminoso, un radicalizado grupo maoísta, se levantó en armas en 1980, justo en el momento en que el Perú regresaba a la democracia y una nueva constitución (que garantizaba la participación popular sin discriminación alguna) comenzaba a reordenar la vida pública. Bajo la estrategia de una guerra “del campo a la ciudad”, SL intentó construir numerosas “bases de apoyo” en el campo ayacuchano. Algunas comunidades se plegaron, pero muchas otras comenzaron a sufrir del dogmatismo de la violencia y decidieron resistir. Fue el caso de las comunidades de altura, en la zona de Iquicha, donde se desarrolló una guerra campal que se había iniciado poco antes de la matanza de los periodistas y que terminó dramáticamente muchos años después. A fines de 1982, el gobierno declaró el “estado de emergencia” y entregó el control de toda la región a las Fuerzas Armadas, al general Clemente Noel que llegó a Ayacucho con una nueva estrategia para afrontar la situación. En ese entonces, todavía nadie sabía bien qué tipo de organización era SL, quiénes eran sus seguidores y cuáles eran sus verdaderos objetivos. Ni el gobierno ni la prensa podían describir a este grupo con precisión. Por eso mismo, todos los periodistas buscaban nuevas informaciones y algún contacto con ellos. Lo cierto, sin embargo, es que el “estado de emergencia” había incrementado el clima de tensión que se vivía en la zona y muchos hombres de prensa comenzaban a sospechar del inicio de violaciones de derechos humanos, de parte del Estado, por todo el departamento. En ese contexto, los hechos fueron los siguientes. El 21 de enero de 1983 los pobladores de la comunidad de Huaychao mataron a siete senderistas. La noticia llegó a Lima un día después y la prensa (y hasta el propio presidente Fernando Belaúnde) celebraron tal hecho como una defensa de la democracia y de la patria. Ese mismo día, el 22 de enero, los campesinos de Uchuraccay hicieron los mismo matando a cinco senderistas más. En esta comunidad las relaciones con SL eran ya tensas desde el año anterior y varias patrullas habían llegado para capacitar a la población en la defensa y el ataque contra el grupo terrorista. Muchos testimonios han coincidido en afirmar el firme mandato de los policías a los pobladores: “Maten a todos los que vengan a pie; son “terrucos”. Nada les pasará si los matan” (Tipe: 1985). De hecho, el aislamiento de estas comunidades (situadas a más de 4,000 metros de altura y con poblaciones quechua-hablantes) hacía de aquella zona un lugar sin controles, con muy poca presencia del Estado y un lugar muy poco circulado por visitantes o gente extraña. Por tanto, en ese tiempo, todas las comunidades de Iquicha (y Uchuraccay especialmente) se encontraban en un “estado de alerta”, pues esperaban una venganza de Sendero Luminoso. Los comuneros habían establecido un sistema de vigilancia en las cumbres de los cerros y habían acordado que, ante cualquier llamado, (producido a partir del sonido de los Waqrapukus y de gritos de los vigías) toda la población debería salir de sus casas portando hachas, huaracas, palos y piedras. Los pobladores estaban decididos a defender el pueblo a cualquier costo. Fue en ese contexto que, de pronto, la tarde del 26 de enero de 1983 apareció una columna de ocho personas bajando de los cerros y acercándose sospechosamente a la comunidad. 126


*** Todo parece indicar que el viaje de los periodistas hacia Uchuraccay (hacia Huaychao, en realidad) se decidió en el hotel Santa Rosa y en los restaurantes y bares que existían a su alrededor. La ciudad de Huamanga estaba llena de reporteros buscando alguna primicia. La declaratoria del “estado de emergencia” abría un nuevo escenario y los principales medios del país enviaron corresponsables y reporteros gráficos a dicha ciudad. Muchos de ellos eran amigos y compartían alguna parte de su trabajo. Para todos, la noticia de las muertes en Huaychao era un hecho que activaba un conjunto de preguntas por corroborar. ¿Fueron realmente los campesinos los que habían matado a los senderistas? ¿Por qué los mataron? ¿Qué tipo de tensiones comenzaban a existir entre SL y las poblaciones del lugar? ¿Cuál era el nuevo papel del Ejército? ¿El Ejército había comenzado a ocultar algo? Los periodistas querían entender lo que estaba sucediendo en la zona y buscar fuentes nuevas. El proyecto sobre la necesidad de realizar un viaje entusiasmó a muchos, y a otros más, cuando un periodista local, Octavio Infante, contó que parte de su familia vivía en una comunidad a medio camino (en Chacabamaba) y que, desde ahí, alguien podía acompañarlos y servirles de guía. El plan consistía en alquilar un taxi que los dejara en el punto último de la carretera, en la laguna de Tocto, para iniciar una caminata hasta Chacabamba donde podrían provisionarse de mulas y caballos a fin de subir hasta Uchuraccay primero y luego hasta Huaychao. Fueron ocho los periodistas que se animaron a realizar el viaje que se inició a las 5:15 de la mañana cuando, efectivamente, un taxi pasó a recogerlos. Ninguno de ellos era consciente del estado de extrema convulsión que se vivía en la zona. Sabían que se trataba de un proyecto riesgoso, pero relativizaban toda posibilidad de consecuencias mayores. Aunque la esposa de Félix Gavilán, Eudocia Reynoso, le había dado un pañuelo blanco por si ocurría algún problema, todos estaban convencidos de que se trataba de una gran oportunidad para describir mejor el Perú de esos días. *** Willy Retto trabajaba para “El Observador”, un diario que, en ese entonces, había impactado por ser el primero a color, por una diagramación novedosa y porque su director era nada menos que uno de los más respetados intelectuales peruanos: el lingüista Luis Jaime Cisneros. Con un buen equipo de columnistas y con una importante sección cultural, este periódico, que surgió gracias a la iniciativa del empresario León Rupp, pronto pasó a funcionar como una cooperativa de trabajadores. Willy Retto había ingresado en 1981 y, como dijimos, tenía 27 años al momento de morir. Su padre también era un reportero grafico y, por tanto, se trataba de un joven que conocía bastante bien los ambientes de la prensa peruana. Es curioso, pero Retto se hizo conocido a los 11 años cuando en una competencia automovilística en los arenales de San Juan del Lurigancho, observó que un perro se había metido dentro de un auto como si fuera el piloto. A pesar de su corta edad, no dudó en tomar la fotografía y, al día siguiente, ésta fue portada en “Ultima hora”, otro innovador periódico de ese entonces. Aunque su verdadera pasión era el periodismo, Willy Reto estudiaba psicología en la Universidad Federico Villareal. Su hija Alicia me contó que él pensaba que la psicología lo iba a enriquecer mucho como fotógrafo. Cuando regresó al Perú (había vivido en Venezuela y había trabajado en Estados Unidos por un corto tiempo), estaba dispuesto a regresar al periodismo. Muy pronto realizó una secuencia fotográfica que nuevamente tuvo mucho impacto nacional. Se trató del momento en que el Ministro de justicia, Enrique Elías Larosa, fue secuestrado por unas horas por los internos de una cárcel en Lima. Lo que interesa, sin embargo, es que Willy Retto había llegado a Ayacucho pocos días antes de morir y había comenzado a observar los cambios que se vivían en la zona a efectos del “estado de emergencia” y de la presencia del General Noel. Más aún, se sabe que esos días estaba muy molesto pues la policía le había decomisado un importante rollo de fotos. En la cónica que escribió sobre la matanza, Vargas Llosa describió el hecho de esta manera: “La víspera Willy Retto había garabateado unas líneas a una muchacha de Lima “Ocurren aquí muchas cosas que jamás en mi vida pensé pasar y vivirlas tan de cerca. Veo la pobreza de la gente, el temor de los campesinos, y la tensión que se vive es pareja para la PIP, GC, el Ejército como par Sendero y gente inocente” (1990, 147). De hecho, los periodistas organizaron el viaje sin pedir permiso. Se cuenta que, días antes, uno de ellos le había solicitado al general Noel un helicóptero para llegar a las comunidades de Iquicha, pero este sostuvo que la gasolina era muy cara y que era imposible. Sin embargo, ya en el camino, los periodistas vieron uno volando y un día después de la matanza, cuando nadie sabía de lo ocurrido, los periodistas Gustavo Gorriti y Oscar Medrano, llegaron a Huaychao en un helicóptero del ejército peruano (un twin bell 212). Este hecho desató una injusta polémica durante los juicios posteriores. Tal como estaba planeado, los periodistas llegaron a Chacabamba y ahí conocieron a la madre de Octavio Infante y a su medio hermano, Juan Argumedo. Descansaron uno minutos y pronto retomaron la ruta, ya con las mulas y con Juan como guía. Desde ahí hasta Uchuraccay serían alrededor de seis horas por un camino agotador. Se trataba de una ruta muy complicada, en su mayor parte un camino de herradura, que subiría hasta los 4,300 metros y que pasaría por muchas pendientes y precipicios. Sin embargo, la pasión por descubrir la verdad y encontrar una primicia lo justificaba todo: ellos habían decidido realizar ese viaje porque iban en búsqueda de la verdad y, como sabemos, a veces esa búsqueda termina pagándose muy caro.

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Se calcula que alrededor de las cuatro de la tarde los periodistas contemplaron la bajada de Huachwaccasa en la que a lo lejos aparecían las primeras casas de la comunidad de Uchurraccay. En ese punto, el guía, Juan Argumedo, se despidió de ellos para regresar a su casa antes de que se hiciera muy tarde. Los periodistas intuyeron que iban a tener que pasar la noche ahí puesto que, al menos, les faltaban dos horas para llegar a Huaychao. Felizmente, ahí tenían un contacto, otra pariente de Octavio Infante. Estaban sumamente agotados e iniciaron el descenso. *** Las últimas fotografías que Willy Retto tomó en su vida muestran el momento anterior a la muerte, o quizá el momento mismo de la propia muerte. Son un testimonio decisivo, pero siempre incompleto, sobre lo que sucedió ese día. Se tomaron en una situación límite, en los instantes previos al deceso, en esa frontera entre lo que está pasando y lo que va a suceder. Como buen reportero gráfico, todas las fotografías surgieron de la terca insistencia por registrar lo que estaba sucediendo. Sin duda, son un testimonio estremecedor de alguien que, a pesar de todo, no cede ante el afán de relatar lo que sucedía. De hecho, en las últimas décadas, se ha discutido mucho la posibilidad (o imposibilidad) de representar una situación límite. Se ha dicho que lo excesivo y lo traumático no puede representarse y que es mejor trabajar desde su silencio. Se ha dicho que toda representación traiciona lo vivido. Sin embargo, estas fotografías merecen ser nuevamente interrogadas (Didi-Huberman: 2003). Pienso que hay en ellas algo que permite sacar algunas concusiones sobre el periodo de la violencia, sobre una cultura de la memoria y sobre el acto mismo de fotografiar. Todas las fotografías - ha subrayado Sontag- afirman lo siguiente: “Esta es la superficie: ahora piensen que hay más allá de ella” (1980: 33).

Son ocho las fotografías que Willy Retto tomó poco antes de morir y es momento de comenzar a comentarlas nuevamente. La primera fotografía es una postal demasiado clásica y pudo haberse tomado al coronar la última gran subida anterior a la bajada de Huachwaccasa y poco antes de la comunidad de Uchuraccay. Por un lado, se trata de un simple “registro de ruta” casi estereotipado pero, por otro, no es difícil notar una cierta voluntad estética en ella: retrata un típico paisaje de altura, un escenario propiamente andino donde podemos ver un pastor, unas ovejas y una pequeña casa en el fondo. El encuadre es correcto. La soledad, el frío, la vida en dicho lugar debieron haber impresionado a Willy Retto para que decidiera insistir en este clásico retrato indigenista. Digamos que se trata del contexto en el que va a ocurrir la matanza.

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La segunda imagen es ya completamente diferente: los periodistas son detenidos por un comunero que les corta el paso. Entre unos y otros, la diferencia cultural se hace visible, sobre todo, en la ropa. Si en la anterior fotografía había quietud, aquí hay movimiento. En ellas vemos a Pedro Sánchez, a Sedano y, sobre todo, a Félix Gavilán quien ya tiene la bandera blanca en la mano derecha. Este es un dato importante porque la presencia de dicha bandera indicaría que, al escuchar los primeros gritos, los periodistas percibieron el peligro que se les venía encima. Recordemos que el pueblo esperaba una venganza de Sendero Luminoso y estaba muy tenso. De hecho, al divisar que una columna de ocho hombres que se acercaba, los vigías gritaron fuertemente, hicieron sonar sus waqrapukus y comenzaron a bajar de los cerros para detenerlos. A uno de ellos, portando una huaracca, se le nota muy tenso.

La siguiente fotografía es una de las más importantes. Ella registra que algo muy grave ya estaba sucediendo. El fotógrafo registra un momento de extrema tensión, un diálogo a punto de fracasar, el instante mismo en el que los periodistas se han dado cuenta que su vida corre peligro. Sedano está arrodillado y Félix Gavilán levanta las manos para demostrar que no están armados y que han llegado a Uchuraccay, no para pelear, sino para otra cosa. En aquellos instantes, Willy Retto debió estar un poco más atrás del grupo: lo cierto es que todavía enfoca, todavía puede enfocar. Esta fotografía ha conseguido un encuadre que captura todo el contexto y que, más allá de los dos campesinos que los han detenido, logra incluir a tres personajes más: el primero, un poco más atrás, chacchando coca, luego otra mujer de falda roja que se acerca desde arriba y otro campesino, todavía más atrás, que también está bajando del cerro. Conti129


nuamos viendo la desconfianza de los pobladores y el miedo a morir de parte de los periodistas. Vemos también parte del cuerpo de un campesino (al parecer buscando o revisando algo) y a una mujer asustada cuyo gesto refleja pánico y mucha tensión. En su encuadre, en su toma tan abierta, en su ritmo, esta fotografía parece indicar que la inminencia del ataque. Detengámonos un instante: ¿Qué se fotografía aquí? ¿Un momento de fracaso intercultural? ¿Un momento de pánico y miedo? ¿Un momento de profunda confusión humana? Sabemos que, al menos tres de los ocho periodistas, hablaban quechua (Octavio Infante, Félix Gavilán y Amador García) pero eso no parece haber sido suficiente para neutralizar el malentendido. En todo caso, el hecho de que sí podían comunicarse en quechua es un dato que vuelve mucho más dramático todo el episodio. Las dos siguientes fotografías ya muestran una mayor incomodidad para tomarla. Están algo movidas y distorsionadas. Los campesinos se les venían encima y eso debió haber generado tensión y mucho miedo. Probablemente, a Willy Retto no le quedó sino accionar la cámara de manera clandestina. Todas ellas debieron haberse realizado a la altura del pecho. Por eso, los encuadres están cortados y solo podemos ver la mitad del cuerpo de las personas. Notemos, además, que no solo los maletines están en el suelo, sino también la bandera blanca: otro símbolo del fracaso de la comunicación.

Llama la atención la posición en la que se encuentra Jorge Sedano en la segunda fotografía. Está arrodillado. Quizá lo hizo para sacar la cámara del maletín, o quizá se trató una súplica para demostrar que estaban indefensos y que venían con otros propósitos. Probablemente en este momento los periodistas están explicando quienes son y mostrando absurdamente sus credenciales. Según algunos testimonios, la similitud entre la palabra “periodistas” y “terroristas” causa el malentendido. Según otros, la causa determinante de la matanza tiene que ver con una simple franela roja. En esos años, los maletines para guardar cámaras no eran tan sofisticados como lo son hoy y los periodistas usaban cualquiera que encontraran en el mercado y envolvían sus cámaras con un pedazo de franela para protegerla. Se cuenta que los campesinos confundieron la franela con una bandera de Sendero Luminoso y que, al verla, algunos comenzaron a gritar: “Sí, son terrucos, son terrucos”. Algunos familiares sostuvieron en su momento que aquel comunero cuya silueta se ve detrás de Pedro Sánchez podría ser un infiltrado del ejército. Mientras que el comunero de la derecha lleva ojotas o está descalzo, este parecería usar botas. Para algunos, ese pantalón era sospechoso porque no llega a la altura de los tobillos (tal como se usa en la zona) ni parece confeccionado con bayeta (la tela tradicinal del lugar). Estas observaciones siguen sin parecer muy convincentes aunque fueron motivo de intensos debates durante casi tres décadas. En la siguiente fotografía, el comunero de la izquierda aparece de una manera algo más clara:

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Aquí conseguimos ver nuevamente a Jorge Sedano, pero ahora con los brazos en alto y a dos campesinos que parecen inspeccionarlo ante la mirada de una mujer y de un campesino más. Los maletines y la bandera siguen en el suelo. Por alguna extraña razón, Gavilán se ha dado la vuelta y se retira, mientras que Pedro Sánchez parece insistir con algo en el medio de la confusión. El campesino de la derecha es aquel que en la anterior bajaba chacchando una bola de coca y, según testimonios, se trataría de Antonio Chávez, del que se dice que hoy vive en el VRAEM (Valle de los ríos Apurímac, Ene y Mantaro), una zona altamente convulsionada hasta la actualidad. Esta es la penúltima fotografía encontrada en el rollo. Nos coloca ante un escenario extraño que casi no hemos visto y que se sale de la secuencia. Se trata –probablemente- de un corral de animales (de hecho, atrás podemos ver a las ovejas pastando) o quizá de una parte del muro de piedra que rodeaba la plaza principal de Uchuraccay. Si pensamos los propios términos de la secuencia, lo más probable es que Willy Retto haya querido fotografiar otro hecho, vale decir, haya querido buscar otro encuadre, pero sus rápidos movimientos terminaron por generar esta imagen:

La siguiente es la última fotografía. Está desenfocada. Probablemente, fue tomada cuando la violencia ya se había desatado. El fotógrafo parece estar mucho más cerca del mencionado muro de piedras y dispara por última vez en su intento de continuar registrando lo que sucedía. Quizá se trata del momento final antes de perder la vida. Willy Retto debió sufrir el impacto de una piedra y, al momento de caer, tomó la última fotografía. En todo caso, se trata de la más incómoda de toda la secuencia y, por tratarse de la última, encarna un mayor dramatismo. La imagen registra las piedras del muro, pero no solo eso: una mancha se hace presente en la imagen: Digamos que esa mancha es muy rara y perturba toda la imagen. Es la irrupción de algo que no podemos definir bien. Algo que aparece sin forma conocida. Algunos han visto una parte de un gorro, otros un dedo, otros la parte superior de un rostro: un detalle de la frente y el inicio de la órbita del ojo. Nada está realmente claro. Quizá cuando Willy Retto la tomó ya tenía alguien muy cerca. ¿Es la huella de un agresor o de un compañero? ¿Es la sombra de alguna parte de sí mismo?. Caretas describió así esta escena: La cámara de Willy Retto no tenía motor eléctrico. Entre foto y foto, él debía avanzar manualmente la película, rastrillando. Mientras trata de hablar, de convencer, para salvar la vida, él sigue fotografiando; al parecer sin poder enfocar la cámara. Cuando la agresión se precipita, continúa fotografiando; y cuando golpes o empujones le hacen perder el equilibrio, no intenta protegerse con los brazos y, más allá del instinto de conservación, utilizando las dos manos, corre la película, imprime las placas. Aún cayendo, intentará, hasta el último, fotografiar (Caretas 787, 15). Digamos que, hasta el momento, toda la serie ha captado imágenes de lo que estaba sucediendo a sus compañeros como un “exterior”. Este, sin embargo, es el momento en que la imagen parece subjetivizarse, el momento en que quizá algo propio del fotógrafo ingresa a la imagen. No sabemos si se trata de un dedo o de un sombrero de alguien, pero, en todo caso, es claro que se trata de una presencia extremadamente cercana que ha desestabilizado la imagen y su propia producción. ¿Qué es esa mancha en términos simbólicos? ¿A qué refiere? ¿Qué nombra ese “punto ciego” que nunca conseguimos definir bien? Lejos de una interpretación realista (“Esa mancha refiere a tal o cual parte del cuerpo….”), me interesa sostener que podemos leerla como un símbolo –indiciario quizá- de otra cosa. Me explico mejor. Para Lacan, el mundo de la cultura (el orden de lo simbólico) no puede dar cuenta de la totalidad de la experiencia y lo Real, como su mancha, irrumpe de vez en cuando como el signo de su imposibilidad. Lo Real debe definirse entonces como un 131


excedente que se resiste a cualquier proceso de domesticación, como una fuerza que desbarata lo existente. Se trata de algo desconocido que desestabiliza aquello que ha estructurado el mundo de la vida. “Lo Real designa un núcleo sustancial que precede y se resiste a la simbolización y, a la vez, designa el sobrante producido por la simbolización en sí” ha sostenido Žižek (2016: 71). Esa mancha puede interpretarse entonces como la irrupción de lo Real, vale decir, como algo que tiene que ver con la imposibilidad de lo simbólico para dar cuenta de sí mismo. Tal como la vemos, aparece como una presencia que raja todo el universo simbólico poco antes registrado. En última instancia, podemos decir que esa mancha, nos perturba profundamente porque termina por colocarse como una mirada que nos interpela, como la mirada del algo de afuera hacia nosotros mismos (Lacan: 2005). Esa mancha nos devuelve la mirada con toda su incógnita y nos interpela porque se trata de algo que se ha salido de la escena o, más bien, de algo que ha entrado intempestivamente -sin permiso- a la escena misma. En esta última fotografía vemos el impase de la simbolización, la irrupción de algo que termina por imponerse, que impide seguir simbolizando, algo que, curiosamente, queda registrado como mancha en el marco mismo de lo simbólico. Según varios testimonios recogidos por los hermanos Tipe, los periodistas fueron atacados salvajemente desde todos los frentes y el primero en morir fue Jorge Sedano a quien le destrozaron la cabeza a pedradas. Algunos corrieron, pero fue inútil pues no había posibilidad de escape. Quizá algunos de ellos pudieron ver la muerte de otros. Lo cierto es que piedras de todo tamaño comenzaron a caerles desde todos los frentes y una de ellas debió haberle impactado a Willy Retto. Quizá este es el momento de la última fotografía. Se trata de una toma profundamente estremecedora porque trae consigo una imagen de la muerte y, sobre todo, de una imagen sobre la crisis misma de todo intento de representación. “Estamos aquí ante el encuentro traumático con lo Real como punto en el que falla la misma simbolización” (Žižek: 2016, 286). Digamos que esta fotografía registra el momento previo a la desaparición de imagen. Si toda imagen encarna una tensión entre lo visible y lo invisible, esa tensión alcanza aquí una de sus puntos más altos en la historia de la fotografía. Ya no hay visión sustancial, ya no hay producción de sentido, ya no hay objeto de deseo. En un entorno realmente convulsionado, y ciertamente en la clandestinidad, a Willy Retto le fue imposible producir tomas más abiertas que dieran cuenta de todo lo que estaba sucediendo a sus costados. Esta es la imagen final, una imagen con pocas mediaciones que empalma con algo que desconocemos. “El sacrificio de la imagen coincide y siempre acompaña el sacrificio de toda vida y de toda libertad” ha sostenido Mondzain (2016, 86). *** Los pobladores de Ucchuraccay mataron a los periodistas sin compasión. Cuando desenterraron los cadáveres, los encontraron a todos con los cráneos destrozados y huellas de golpes de piedras y patadas por todo el cuerpo. Víctor y Jaime Tipe (2016) sostienen que luego de la agresión a Sedano (realizado, al parecer, por el comunero Irineo Ramos) probablemente se desató una intensa pelea entre unos y otros. Los periodistas intentaron defenderse. Algunos testimonios sostienen que algunos periodistas fueron llevados al local comunal para luego matarlos. En todo caso, las pocas versiones que existen cuentan los hechos de maneras diferentes pero lo cierto es que el cuerpo de Willy Retto fue uno de los más golpeados, aunque por alguna misteriosa razón fue el único que enterraron con ropa. Su rostro estaba desfigurado con la frente destrozada y con marcas de hacha por todos lados. Luego de la matanza, en la primera conferencia de prensa, el general Noel sostuvo tres cosas: que los campesinos eran gente analfabeta e ignorante; que confundieron las cámaras con ametralladoras y que uno de los periodistas portaba una bandera roja. Más allá del escándalo que estas declaraciones produjeron en la esfera pública nacional, lo cierto es que una vez decretado el “estado de emergencia”, el Ejército no quería periodistas en la zona y hoy se sabe que las violaciones de derechos humanos comenzaron a realizarse sistemáticamente en Ayacucho. Retomemos un cabo anterior: ¿Por qué días antes de la matanza una patrulla de policías le había decomisado un rollo de fotos a Willy Retto? ¿Qué fotos tenía ahí? ¿Qué había registrado? La repuesta no puede ser otra que el inicio del abuso de las Fuerzas Armadas ante la población ayacuchana. De hecho, en enero de 1983, vale decir, durante el primer mes del estado de emergencia, las Fuerzas Armadas ya habían comenzado a mostrar comportamientos muy graves: el diario La República informó del asesinato de un juez de Paz en el poblado de Vinchos y un periodista ayacuchano, Manuel Vilca, fue arrestado aunque finalmente liberado gracias a la presión pública. Al poco tiempo de sucedidos los hechos, el gobierno formó una comisión investigadora presidida por Mario Vargas Llosa que produjo un informe que en ese entonces fue polémico por sus conclusiones y que hoy lo es, sobre todo, por las maneras en las que los comuneros de Uchuraccay quedaron textualmente representados (Vargas Llosa: 1990). El Informe concluyó que efectivamente fueron los campesinos (y no los senderistas ni el ejército) quienes mataron a los periodistas y que lo hicieron debido a una confusión y a “su primitivismo cultural”. En las distintas reuniones y asambleas, los pobladores siempre reconocieron los hechos. El Informe parece fundamentalmente correcto en la reconstrucción de los hechos, pero en él abundan frases orientalistas como decir que en este tipo de comunidades “la noción misma de superación o progreso debe ser difícil de concebir” (111) o que la matanza pudo “encarar matices mágico-religiosos” (112). En un artículo posterior, Vargas Llosa insistió en lo mismo: “Para los iquichanos esa violencia es la atmósfera en que se mueven desde que nacen hasta que mueren (167). Hasta el día de hoy los familiares están en desacuerdo con dicho informe y sienten que no se ha hecho justicia con ellos, vale decir, con la memoria de sus hijos, pues más allá de la polémica sobre si en Uchuraccay habían militares infiltrados 132


(en realidad, todo indica que no los había) lo que sí parece ser cierto es que el crimen fue incitado por miembros del ejército quienes, desde varios meses antes, azuzaron a los pobladores a matar a todos los extraños. Para los familiares de los periodistas, ha existido siempre una política de encubrimiento de parte del Estado y de las Fuerzas Armadas al respecto. De hecho, está comprobado que, en diciembre de 1982, dos helicópteros llegaron a Uchuraccay con más de 20 soldados y también que el 1 de enero de 1983 otra columna del ejército llegó a la comunidad y los incitó a utilizar la violencia (Tipe: 2015, 17). Está comprobado que los Sinchis sí estaban por esa zona desde varios meses atrás y, en palabras de Mario Castro Arenas (en ese entonces decano del colegio de periodistas y miebro de la comisión Vargas LLosa), “prácticamente los Sinchis los autorizaron a matar”. Hay que sostener, por otro lado, que la cámara de Willy Retto – una Minolta 4202368- que contenía el rollo de fotografías que hemos comentado no fue descubierta durante el transcurso de la investigación. La matanza ocurrió el 26 de enero, la Comisión investigadora entregó su informe en marzo, pero la cámara fue descubierta, al interior de en una cueva de vizcachas en el mes de mayo. La encontró un policía que acompañaba al juez Juan Flores mientras realizaban investigaciones en la zona. No se sabe cómo llegó ahí, pero lo más probable es que haya sido escondida por alguno de los campesinos involucrados con la matanza. El descubrimiento de estas fotografías también fue una noticia que dio la vuelta al mundo. Una vez hallada la cámara, se organizó una pericia especial para abrirla. En ella participaron jueces y fiscales a fin de garantizar la información ahí contenida. El padre de Willy Retto, Oscar Retto, consiguió ingresar a la pericia dada su condición de periodista. Dada su gran experiencia como reportero gráfico, ese día, en esa misma sesión, consiguió tomar clandestinamente fotos de las fotos, vale decir, sacar una copia de cada una de ellas. Gracias a esta acción, hoy conocemos estas fotografías porque, semanas después, un misterioso incendio en el poder judicial destruyó todas la evidencias que quedaban incluyendo la cámara. La historia de Uchuraccay no acaba con la muerte de los periodistas. Es preciso saber que Sendero Luminoso se empecinó con sus pobladores e incursionó varias veces en la comunidad para secuestrar jóvenes, matar a las autoridades y masacrar a la población. El 19 de mayo de 1983, tomó el pueblo y mató a 20 personas. Poco tiempo después, volvieron a ingresar y mataron a más de 100 comuneros. Los pocos sobrevivientes que quedaron tuvieron que abandonaron el lugar alrededor de 1984 y se fueron a vivir a las alturas, escondidos en cuevas y siempre en condiciones de horror. Aunque, el informe de Vargas Llosa sostuvo que los infantes de marina habían “mejorado notoriamente las relaciones entre las fuerzas del orden y la población civil” (Vargas Llosa: 1990, 110), hoy sabemos que el periodo más grave de violaciones a los derechos humanos por parte de las Fuerzas Armadas en Ayacucho se produjo luego de la matanza de Uchuraccay –entre los años 1983 y 1984- y que justamente fueron los infantes de marina los responsables de las innumerables atrocidades que se cometieron en la zona. *** ¿Qué es lo que, en última instancia, fotografió Willy Retto? ¿Qué es lo que estas fotografías registran y proponen a la mirada? En primer lugar, podríamos decir que lo que vemos es cierta incomunicación humana, el pánico de dos grupos que no se entienden. No se trata de esencializar la diferencia cultural, pero lo cierto es que estas fotografías muestran un diálogo que no sirvió para nada y que terminó desatando la violencia de unos sobre otros. Lo poco que podemos ver en ellas es que los periodistas no lograron convencer a los iquichanos de que no eran terroristas y los Iquichanos quizá actuaron convencidos de que eran sus enemigos. Vargas Llosa lo explicó así: Aun más dramática que la sangre que corre en esta historia, son los malentendidos que la hacen correr. Los campesinos matan a unos forasteros porque creen que vienen a matarlos. Los periodistas creían que eran sinchis y no campesinos quienes habían asesinado a los senderistas. Es posible que murieran sin enterarse por qué eran asesinados. Un muro de desinformaciones, prejuicios e ideología incomunicaba a unos y a otros e hizo inútil el diálogo (1990: 170). En segundo lugar, podemos decir que Willy Retto fotografió el miedo, algo que supera nuestra capacidad de narrar, un momento de pánico donde lo simbólico hace crisis y se agujerea por todos lados. De hecho, estas imágenes son importantes por lo que muestran -una confusión, un drama-, pero también por lo que no pudieron capturar y por lo que se quedó fuera de cuadro. Es decir, ellas terminan por confrontarnos ante algo irrepresentable, ante el silencio, ante una verdadera imposibilidad. Su verdadero valor radica entonces en la relación entre lo dicho y lo no dicho, entre lo representado y lo no representado, entre lo que se representa y lo que ya no puede representarse. Ellas emergen como un instante de verdad, pero lo cierto es que esa verdad nunca es total y suele ser opaca. Baudrillard ha sostenido que la imagen fotográfica es siempre es dramática por su silencio, por su inmovilidad (163). Digamos, en última instancia, que lo que vemos en la serie de fotografías de Willy Retto es un durísimo proceso de desestructuración de la imagen, una representación trágica del acto mismo de representar. Notemos que ahí podemos observar el paso de la toma más amplia a la toma más cerrada; del retrato más retorizado a la imagen nunca tomada; del control absoluto sobre el encuadre, a la pérdida de control sobre el momento mismo de fotografiar.

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¿Supo Willy Retto que estaba fotografiando su propia muerte? No lo sabemos, pero, en sus últimas tomas, podemos sentir la agónica tensión de estar ante el final de la vida. La cámara no registra la muerte, pero lo cierto es que algo de la muerte se hace presente en estas fotografías. Un cuerpo extraño atrae nuestra mirada en la última fotografía. No sabemos bien de qué se trata, pero aparece ahí la inmersión de algo amorfo que no tiene forma conocida ni identidad precisa. Podríamos decir que se trata de un resto que se ha desprendido de algún lugar, un fragmento de la muerte que aparece sin piedad para dejar constancia de su inevitable presencia. En todo caso, la cámara funciona aquí como el último soporte ante la realidad, como su última ancla. La desesperación del fotógrafo parecería querer convertirla en un escudo, pero no uno para defenderse, sino para afrontarla sin miedo. Digamos que, al perder la cámara, el fotógrafo pierde la vida. Digamos, en última instancia, que Willy Retto vio su propia muerte en la muerte de los demás (Groys: 2016, 38) *** ¿Qué discurso de la memoria aparece en estas fotografías? ¿Qué clase memoria debemos de construir? Las fotografías de Willy Retto marcan la crisis de lo representable y fisuran todas aquellas representaciones que aspiran a ser totalizantes. Notemos que ninguna de ellas registra propiamente los actos de violencia, aunque en todas podemos intuirla. En ese sentido, estas fotografías parecerían afirmar que toda memoria tiene un punto oscuro, algo que es irrepresentable y que ninguna está completa del todo. Ningún discurso sobre la memoria puede performar dejar de ser consciente de sus propios vacíos y zonas grises. Estas fotografías muestran el agujero que quiebra nuestra necesidad de ver y de representarlo todo. Puede decirse que ellas inscriben la falta en el centro mismo de la historia y emergen como un signo que nombra los agujeros inevitables de la memoria colectiva (Wajcman: 2001, 187). Dicho de otra manera: el discurso sobre la memoria solo puede construirse a partir de la conciencia de sus propios lados oscuros, de sus propios huecos y de sus propias faltas. Desde este punto de vista, un país con memoria no es uno que tenga una versión clara de los hechos, sino un país en permanente búsqueda de sí mismo: uno que no se cansa de regresar, una y otra vez, sobre su propio pasado. Al no poder fotografiar el momento mismo de la violencia, estas fotografías nos invitan a confrontarnos con los vacíos de la historia. En sus encuadres angustiados, lo que ellas ponen en juego es el intento de registrar un momento opaco, una tensión en la frontera de la propia vida. En esta serie, la fotografía es solamente un resto, un residuo, un testimonio que intenta registrar algo extremo, una imposibilidad. Al decir de Didi-Huberman (2003), estas fotografías son insuficientes, pero son imprescindibles. Hoy, en efecto, ya no solo fotografías; son un acto y por tanto se trata de imágenes heroicas. Fueron tomadas “pese a todo”, exponiendo la vida. De pronto, Willy Retto quedó situado ante un acontecimiento que desafió todo lo conocido y, por lo mismo, todo intento de representación. Estas fotografías fueron el último acto de resistencia y representan la terca insistencia humana por dar cuenta del mundo. Desde su hallazgo ellas han tenido distintos tipo de usos y han servido en los procesos judiciales. La imagen, ya lo sabemos, no es nunca un objeto estático puesto que siempre apunta a otra cosa. Estas fotografías no son un fetiche. Son imágenes del miedo y de la violencia. Más aún: son imágenes de la muerte. Manuel Michillot, compañero de trabajo, cuenta que Willy Retto siempre decía que “una fotografía es la vida misma en una fracción de segundo” (Tipe: 2015, 74). ¿Qué es, en última instancia, lo que ese día, en las alturas de Huanta, en Iquicha, en Uchuraccay, se puso en juego durante el trabajo de un reportero gráfico? Digamos que, por última vez, Willy Retto quiso representar la vida o, quizá que, por vez primera, pudo capturar algo de su propia muerte. Bibliografía Arenas Fernández, Lizeth. “Memoria visual en el Perú: las fotografías del caso Uchurracay”. En: Corpus. Archivos visuales de la alteridad americana. Vol 2, num 2, julio diciembre, 2012. Del Pino, Ponciano. “Uchuraccay: memoria y representación de la violencia”. En: Jamás tan cerca arremetió lo lejos. Memoria y violencia política en el Perú. Lima: IEP, 2003. 134


Didi-Huberman, Geoges. Pueblos expuestos, pueblos fulgurantes. Buenos Aires: Manantial, 2014. Didi-Huberman, Geoges. Imágenes pese a todo. Memoria visual del Holocausto. Barcelona: Paidós, 2003. Groys, Boris. Arte en flujo. Ensayos sobre la evanescencia del presente. Buenos Aires: Caja Negra, 2016. Lacan, Jacques. Seminario 11. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós, 2005 [1964]. Mondzain, Marie-José. ¿Pueden matar las imágenes? Buenos Aires: Capital intelectual, 2016. Peralta, Víctor. Sendero Luminoso y la prensa: 1980-1994. Cusco: Centro de Estudios regionales Andinos Bartolomé de las Casas y SUR, casa de estudios al socialismo., 2000. Sontag, Susan. Sobre la fotografía. Buenos Aires: Sudamericana, 1980. Thorndike, Guillermo. Uchuraccay. Testimonio de una masacre. Lima: EIRL: 1983. Tipe Sánchez, Víctor y Jaime Tipe Sánchez. Uchuraccay: el pueblo donde morían los que llegaban a pie. Lima: G7 editores, 2015 Vargas Llosa, Mario. Contra viento y marea 3. Lima: Peisa, 1990. Wajcman, Gerard. El objeto del siglo. Buenos Aires: Amorrortu, 2001 Žižek, Slavoj. La permanencia de lo negativo: Buenos Aires: Ediciones Godot, 2016. Žižek, Slavoj. Porque no saben lo que hacen. El goce como un factor político. Buenos Aires: Paidós, 1998. Žižek, Slavoj. Mirando al sesgo. Una introducción a Lacan a través de la cultura popular. Buenos Aires: Paidós, 2000.

http://www.verdadyreconciliacionperu.com/fotos/fotosListado.aspx?O=Autor&A=RETTO,%20Willy&Pg=1 ***

No hay sujeto sin mancha. 117

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Taller 4 Rojo; producción gráfica y contrainformación Equipo TransHisTor(ia) – María Sol Barón Pino y Camilo Ordóñez Robayo1 El grupo Taller 4 Rojo fue un colectivo activo durante el primer lustro de la década de 1970 en el que participaron los artistas Nirma Zárate (Bogotá, 1936-Bogotá, 1999), Diego Arango (Manizales, 1942 – Bogotá 2017), Umberto Giangrandi (Pontedera, Italia, 1943), Carlos Granada (Honda, Tolima, 1933 – Bogotá 2015), Jorge Mora (Bogotá, 1944) y Fabio Rodríguez Amaya (Bogotá, 1950), entre otros2. Su producción artística estuvo ligada al compromiso con la realidad social y política del país, evidente en la necesidad de plantear una dinámica de trabajo análoga a los procesos de discusión colectiva y acción directa que caracterizan a los movimientos sociales. Resulta comprensible que el grupo Taller 4 Rojo surgiera en torno a un taller de grabado, espacio donde, por tradición, el trabajo colectivo es fundamental. Sin embargo, la actividad del grupo no se restringió a la producción de obra gráfica y visual, sino que abordó también iniciativas pedagógicas, la participación y acompañamiento en acciones propiciadas por diversos sectores sociales e intervenciones en el espacio público; tal diversidad de prácticas es la que comprendemos como Taller 4 Rojo y de la que dimos cuenta en Rojo y más rojo. Taller 4 Rojo; producción gráfica y acción directa curaduría presentada en la Fundación Gilberto Alzate Avendaño en 2012 y en el libro resultado de investigación homónimo. En un momento en el que la producción gráfica tomaba fuerza dentro del campo del arte, así como el uso de la imagen resultaba fundamental para la actividad de los movimientos sociales, este colectivo se comprometió a producir trabajos que trascendieran la noción de arte autónomo, alejado de la realidad social y política, y logró enlazar dos campos normalmente separados, el del arte y el de la acción política, sin militancia o adherencia a partido alguno. En consecuencia, pueden señalarse algunas características de su producción: la introducción de nuevos lenguajes gráficos, el establecimiento de un ámbito de creación colectiva y una extensión creativa que opera más allá del campo artístico, y que se afinca en el acompañamiento y participación de la movilización y protesta social.

Agresión del imperialismo a los pueblos, A la agresión del imperialismo: guerra popular y Vietnam nos muestra el camino es una trilogía que se ha constituido en uno de los trabajos gráficos de Arango y Zárate, y bajo la plataforma del Taller 4 Rojo, más referenciados por la historiografía del arte colombiano. La secuencia propuesta por las estampas plantea tres episodios donde se narra la invasión del territorio vietnamita por parte de las tropas norteamericanas, la resistencia popular y la victoria del pueblo vietnamita. Dicha narración fue compuesta a partir de tres áreas donde se organizan los elementos conceptuales de la composición: un billete de dólar como emblema del imperialismo norteamericano, que ocupa la parte superior de cada estampa; en segunda instancia, un paisaje que describe el territorio vietnamita como escenario del conflicto bélico; y, por último, en primer plano, la imagen de una mujer como emblema del pueblo aguerrido. En el tránsito de una estampa a otra cada uno de estos tres elementos se transforma. En Agresión del imperialismo a los pueblos la imagen del dólar aparece sólida, pero con algunas modificaciones: en lugar de la inscripción del tesoro nacional en el emblema de la izquierda aparece la inscripción “represión & agresión”, mientras que la tipografía de la palabra “ONE” fue modificada para inscribir “CIA”. Adicionalmente, el óvalo que tradicionalmente ocupa el retrato de Georges

TRILOGÍA SOBRE VIETNAM / AGRESIÓN DEL IMPERIALISMO A LOS PUEBLOS. DIEGO ARANGO Y NIRMA ZÁRATE / TALLER 4 ROJO FOTOSERIGRAFÍA SOBRE PAPEL 100X70CM. 1972.

1. Barón es investigadora y curadora, profesora de planta del Departamento de Artes Visuales de la Pontificia Universidad Javeriana, y Ordóñez es artista, investigador, curador y profesor cátedra del Departamento de Artes Visuales de de la Pontificia Universidad Javeriana y la Facultad de Artes-ASAB, Universidad Distrital Francisco José de Caldas. 2. No obstante, puede afirmarse que toda una constelación de artistas, productores visuales, académicos y activistas sociales estuvieron cerca de la plataforma intelectual y artística del colectivo; muchos de ellos, sin ser parte del grupo o participar directamente de las actividades creativas que se propiciaron allí, compartían con este la inconformidad frente al establecimiento político, social y artístico imperante; otros, como Jorge Villegas y Germán Rojas, fueron partícipes de algunas acciones generadas por el colectivo y estuvieron fuertemente comprometidos con actividades que buscaban una transformación social. 137


Washington está lleno de logosímbolos y emblemas de multinacionales norteamericanas. La imagen del paisaje —resuelta en tonos cálidos— es ocupada por un hongo vaporoso que se eleva hacia el cielo, producido por un bombardero que cruza rampante, mientras en tierra un grupo de niños heridos avanzan hacia el observador, encabezados por una mujer que lleva un niño en brazos mientras dejan a su paso el cuerpo de un infante muerto sobre el campo. Contra la agresión imperialista: guerra popular mantiene una buena parte del área ocupada por el dólar en la primera estampa, pero su imagen impoluta ha empezado a fragmentarse como si fuera consumido de abajo hacia arriba. La línea de horizonte aparece un poco más elevada, como si se levantara respecto al impacto explosivo registrado en la estampa anterior, y el cielo aparece un poco más claro. Entre los surcos de siembra aparecen personajes que portan el “Non La”3 sobre sus cabezas, mientras avanzan hacia un vehículo artillado que transporta soldados norteamericanos y al que se antepone, en primer plano, la imagen esbelta de una mujer vestida con las ropas oscuras del Viet Cong, y con un rifle Simonov terciado. Finalmente, en Vietnam nos muestra el camino los vestigios del billete son mínimos, apenas se perciben los bordes del papel tostado y a través de su umbral se deja ver el cielo iluminado, amplio y radiante. Abajo, sobre los campos recuperados, tres hombres triunfantes con sus armas en alto avanzan hacia los restos de un cazabombardero norteamericano derribado, del mismo modelo del que volaba en la primera escena. Y en primer plano, una mujer vietnamita sonríe con un fusil en sus manos mientras mira al observador. En 1973 Arango y Zárate, bajo la plataforma del Taller 4 Rojo, adelantaron De la Serie América, conformada por cinco estampas que narran en secuencia las causas y situaciones que justifican la resistencia y movilización de las clases populares en América y en particular en Colombia: en la primera aparece el peso de la institucionalidad católica y sus vínculos con el poder político, en la segunda el intervencionismo norteamericano, la militarización y prácticas represivas que operaban en nuestro país, en la tercera se despliega su contraparte: la vanguardia y la retaguardia revolucionaria, y en las dos últimas estampas se interpretan episodios y algunas ideas políticas de Camilo Torres. Las conclusiones narrativas del conjunto suponen un ejercicio de interpretación visual sobre las invitaciones que tanto Ernesto Che Guevara como Camilo Torres lanzaron a los pueblos del mundo por medio de escritos, conferencias y, sobre todo, a través de su propia conducta revolucionaria, cuando instaban a las clases populares y explotadas a participar de diferentes maneras en una lucha que requerirá del compromiso de todos y cada uno de sus miembros. Esta serie hace parte de un cuerpo de trabajo del colectivo que buscaba denunciar las estrategias de difusión de la ideología burguesa, católica y conservadora para el beneficio de las clases dirigentes, las formas de tortura y otras tácticas de represión, así como los tipos de intervención política y económica extranjera en el país y Latinoamérica, en especial, de los Estados Unidos a través de la Alianza para el Progreso. Al mismo tiempo resulta interesante cómo el conjunto evidencia una serie de estrategias creativas que se manifestaron en una primera etapa de producción del grupo: la apropiación y reordenamiento de fuentes visuales; el montaje operado a través de procedimientos de fotomecánica, donde se articulan textos, emblemas corporativos u otros materiales; y la puesta en escena para la elaboración de fotografías; todo ello para aportar imágenes contrainformativas.

3. Sombrero cónico de uso tradicional en Vietnam, Camboya, Indonesia y otros territorios sobre la costa del pacífico asiático. 138

TRILOGÍA SOBRE VIETNAM / A LA AGRESIÓN IMPERIALISTA, GUERRA POPULAR DIEGO ARANGO Y NIRMA ZÁRATE / TALLER 4 ROJO FOTOSERIGRAFÍA SOBRE PAPEL 100X70CM. 1972



SERIE AMÉRICA III DIEGO ARANGO Y NIRMA ZÁRATE / GRUPO TALLER 4 ROJO. FOTOSERIGRAFÍA SOBRE PAPEL 70X100CM. 1973



SERIE AMÉRICA V DIEGO ARANGO Y NIRMA ZÁRATE / GRUPO TALLER 4 ROJO. FOTOSERIGRAFÍA SOBRE PAPEL 70X100CM. 1973



SERIE AMÉRICA I DIEGO ARANGO Y NIRMA ZÁRATE / GRUPO TALLER 4 ROJO FOTOSERIGRAFÍA SOBRE PAPEL 70X100CM. 1973



Chile o muerte Texto Jorge Gronemeyer

Según sus créditos, este extraordinario libro gráfico se debe al escritor, editor y diseñador chileno Germán Marín, y al fotógrafo portugués Armindo Cardoso, cuyas iniciales identifican muchas fotos. Son los autores reconocidos, pero hay otros: “los textos literarios e ilustraciones pertenecen a creadores chilenos cuyos nombres no se publican por razones de seguridad”. El temor a represalias está más que justificado en un Chile sometido a una dictadura cívico-militar. Antes del golpe, Marín y Cardoso trabajan para la Unidad Popular. Marín colabora con la Editorial Nacional Quimantú. Cardoso, residente en Chile desde 1969, en el semanario Chile Hoy y en la colección Cormorán de la Editorial Universitaria, que dirige Marín. El triunfo de la rebelión implica su exilio. Tras enterrar los archivos de negativos que, una vez recuperados, forman la trama visual de Chile o muerte, Cardoso consigue un salvoconducto para Francia. Por su parte, Marín se refugia en México, donde prepara el fotolibro, publicado por una editorial contestataria. El golpe militar quiebra una historia chilena aparentemente armónica y democrática que, como Chile o muerte demuestra, es una lucha de clases entre opresores y oprimidos, una crónica de constantes reivindicaciones que culmina con el primer gobierno socialista establecido por los votos. Un momento único, histórico, político y social, roto violentamente el 11 de septiembre. A pesar de la derrota, el mensaje es esperanzador. Sus primeras páginas repiten el lema “vencidos de hoy, vencedores de mañana”, que en la contratapa se cierra con otro no menos optimista: “el pueblo tarde o temprano tendrá la última palabra”. Marín diagrama un collage que cuenta una historia trágica a través de materiales de diversa índole (textos, documentos, citas, transcripciones orales, fotografías, dibujos, panfletos, rayados murales, cifras, publicidades…) que “hacen aparecer a un creador colectivo”, según sus palabras. El diseño de las páginas potencia estos elementos, los hacen dialogar críticamente y hasta de forma irónica en algunos casos. Chile o muerte es un vertiginoso relato que comienza con la conquista y sigue con la independencia. Ya en el siglo XX pone el énfasis en los movimientos sociales y en sus represiones y matanzas a mano de los gobiernos de turno. Durante el paréntesis de la Unidad Popular, Chile o muerte muestra las campañas contra la izquierda, la elección de Allende, las nacionalizaciones del cobre y la banca, el paro de los camioneros y las industrias, las expropiaciones de predios agrícolas y empresas, el desabastecimiento por la especulación y el mercado negro... Una polarización irreconciliable que desencadena el trágico y traumático final de un país y una utopía. En Chile o muerte, la Unidad Popular y los militares golpistas aparecen en su contexto: la historia de Chile, que es también la de Latinoamérica. El collage de imágenes del archivo de Cardoso con otras fotos, consignas políticas y avisos publicitarios, cifras, versos y discursos, forma un emocionante libro visual repleto tanto de compromiso con el pasado como de confianza en la justicia y fe en el futuro.

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FOTOGRAFÍA ARMINDO CARDOSO Y OTROS. ‘ARGUMENTO’ Y DISEÑO GRÁFICO GERMÁN MARÍN. MÉXICO: EDITORIAL DIÓGENES, 1974. 220X190 MM, [348] PÁGINAS, 70 FOTOGRAFÍAS BLANCO/NEGRO DE ARMINDO CARDOSO, NUMEROSAS ILUSTRACIONES. TAPA BLANDA ILUSTRADA. EDICIÓN 2.500 EJEMPLARES.






Fundación

Sud fotográfica Revista Sudamericana de Fotografía Número 09 Febrero 2020 Imagen portada F. E. A. Comité editorial Fredi Casco Julieta Escardó François Laso Tiago Santana Mateo Pérez Nelson Garrido Andrea Jösch Daniel Sosa Luis Weinstein Roberto Huarcaya Editores a cargo Andrea Jösch Luis Weinstein Avenida Salvador 1946 D Nuñoa, Santiago de Chile CP 7770346 Tel.: (569) 9 66587980 andreajoschk@gmail.com www.suenodelarazon.org Diseño editorial Carolina Zañartu S. Colaboradores (©) fotógrafos, autores de texto. Todo el material fotográfico, escrito y de ilustración es propiedad de los fotógrafos, escritores, sus herederos o eventuales depositarios. Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida por cualquier medio, electrónico o mecánico, sin permiso escrito del editor.


colaboradores Liliana Angulo Cortés. Artista plástica graduada de la Universidad Nacional de Colombia, con Maestría en Artes en la Universidad de Illinois en Chicago (Beca Fulbright). En su obra investiga el cuerpo y la imagen a partir de asuntos de género, raza, etnicidad, lenguaje, historia y política. Trabaja con comunidades afrodescendientes y organizaciones sociales de la diáspora africana explorando prácticas performativas, tradiciones culturales, discursos de raza, memoria y reparación histórica; juntos han abordando críticamente cuestiones de representación, identidad, visiones de desarrollo, racismo estructural y poder. Ha realizado exposiciones individuales, colectivas y proyectos transdisciplinares en América, Europa y Asia. En su producción artística se vale de medios como escultura, fotografía, video, instalación, intervenciones, performance, dibujo y sonido. Entendiendo la práctica artística como integral, también se ha desempeñado como investigadora, educadora, gestora y curadora. Desde 2015 conforma Colectivo Aguaturbia con un grupo de artistas afrodescendientes de Bogotá y hace parte del Wi Da Monikongo – Consejo Audiovisual Afrodescendiente de Colombia. Vive en Colombia.

Ana María Arévalo Gosen Luchadora por los derechos de las mujeres y su arma es la fotografía. Combinando una investigación rigurosa e historias íntimas, ella quiere dar un impacto positivo a través de sus reportajes. Está basada en Bilbao y pasa largos períodos en su tierra natal, Venezuela.

2015-16, Festival de Video Arte Nodos CCS 2016, Bienal de Artes Gráficas 2016, Salón de Jóvenes Artistas del MACZUL 2015, Bienal del Dibujo y la Estampa 2015, Premio Municipal de Artes Visuales Juan Lovera 2011-2014, entre otros. En el 2017 expone de forma individual en La ONG de Nelson Garrido (Caracas) y en el 2018 en el Museo de Arte Contemporáneo del Zulia (MACZUL)

Equipo Transhistoria (María Sol Barón y Camilo Ordóñez Robayo) Equipo de trabajo conformado desde 2008 y dedicado a desarrollar investigaciones, curadurías y publicaciones que enlazan las prácticas artísticas y la cultura visual para considerar diversas formas de imaginación política y problemas relativos a la economía, así lo anticipó su primer proyecto de investigación Múltiples y Originales. Arte y cultura Visual en Colombia, años 70 que dio lugar a una curaduría y un libro-catálogo. De este trabajo han derivado varias curadurías y publicaciones, algunas de carácter histórico y monográfico dedicadas al Taller 4 Rojo (Rojo y más Rojo. Taller 4 Rojo; producción gráfica y acción directa) y Wilson Díaz Polanco (Con Wilson…), como otras que agrupan prácticas artísticas contemporáneas comprendidas como índices de la cultura visual, la historia y la economía, como Sal Vigua (2015) y La Nariz del Diablo (2017). Barón y Ordóñez son profesores del Departamento de Artes Visuales de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá y Ordóñez es profesor de la Facultad de Artes ASAB de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas, Bogotá. Viven en Bogotá

Fernando Banzi

César Barros A.

Jornalista, pós-graduado em fotografia, fotógrafo freelancer, trabalha e reside em São Paulo. Integrante da Goma oficina Plataforma Colaborativa onde desenvolve projetos autorais e comerciais. Docente de fotografia no Senac São Miguel Paulista/ SP. Selecionado para o Programa Nova Fotografia 2018 do Museu de Imagem e Som de São Paulo/ SP. Selecionado para o Festival PHotoEspaña 2018 em Madri, Festival Internacional da Imagem Valongo 2018 em Santos/ SP e convidado para o Solar Foto Festival 2018 em Fortaleza/ CE.

Educador, investigador y activista. Es profesor titular asociado (Associate Professor) en el Departamento de Idiomas, Literaturas y Culturas de la State University of New York, New Paltz y Director del Programa de Estudios Latinoamericanos y del Caribe en la misma universidad. Es autor del libro Escenas y obscenas del consumo (Cuarto Propio, 2013) y de numerosos artículos académicos sobre literatura, artes visuales y cultura visual. Su investigación actual se centra en las estrategias de visibilidad utilizadas por diversos actores que buscan enganchar a sujetos y comunidades para la reproducción pacífica de la masacre neoliberal y en distintas contra-estrategias disidentes que relevan la memoria, movilizan archivos y re-potencian imágenes y otras armas de la cultura. En Nueva York, colabora con diferentes organizaciones y colectivos dedicados a la defensa de los derechos de lxs migrantes. En este contexto ha desarrollado programas de Educación Popular que se centran en iluminar las relaciones entre la criminalización de la inmigración y el gran capital. Es miembro de la colectiva somoslacélula, grupo que se dedica a crear video-ensayos que responden a y reflexionan sobre la coyuntura política.

Jesús Briceño. Reside y trabaja en Caracas como profesor de la Universidad Nacional Abierta y AVECOFA, entre el 2013-15 fue docente de la UPEL-IPC. Graduado del IPC-UPEL como Profesor mención Artes Plásticas 2011 y Magister en estética del arte del Instituto Pedagógico de Caracas UPEL 2018. Ha participado en talleres de fotografía con Hernán Villar, Juan Toro, Nelson Garrido, Wilson Prada y Johanna Pérez Daza. Diplomado en Fotografía de la UPEL de Miranda 2016. Inicia su carrera artística en el 2011 participando en exposiciones colectivas nacionales e internacionales, tales como: Cartografías Políticas 2018 (México), Cuerpo / Medio / Poder 2018 (Colombia), Bienal de Performance PerfoArtNet 2018 (Colombia), Festival Internacional de Performance Perfochoroní 2017-18, Jóvenes con FIA 2017, Salón Nacional de Proyectos Fotográficos Mérida foto

Álvaro Andrés Cardona. Comunicador Social y Periodista de la Universidad de Manizales con Maestría de Cine Documental de Creación


Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños Cuba (EICTV), Ganador del Premio Nacional de Fotografía de derechos humanos Colombo Suizo de la Embajada de Suiza en Colombia y el Ministerio de Cultura (2012), Finalista del Premio Iberoaméamericano Gabriel García Márquez en la categoria de Imagen periodística2013. FNPI, Premio memorias del futuro, con la obra Árbol adentro, realizada con las madres de Soacha. Idartes. 2014. Ha trabajado con Proffisao Reporter de O´GLOBO Brasil, el periódico el Espectador, la Revista Semana, el Centro Nacional de Memoria Histórica, los acuerdos de paz en La Habana y la International Women Media Foundation (IWMF). Actualmente se encuentra realizando una película que acaba de ganar el Fondo de Cinematográfico de Colombia, entre otros proyectos con líderes sociales amenazados y sobrevivientes de desaparición forzada.

Gabriel Carpes Fotógrafo freelance y artista de Porto Alegre, Brasil. Se graduó como arquitecto y urbanista en la Universidad Federal de Rio Grande del Sur. Ha participado en festivales de fotografía tanto internacionales como nacionales. Su trabajo ha sido expuesto en Porto Alegre, Río de Janeiro, Belfast (Reino Unido), Braga (Portugal) y Verzasca (Suiza). Su más reciente trabajo titulado “Faltan Mil Años de Historia” fue el proyecto ganador del premio Foto en Pauta de 2018 y será publicado en formato libro en 2019.

Tulio Custódio Sociólogo e curador de conhecimento na Inesplorato.

Cooperativa Sub Fotográfica Creada en Buenos Aires a fines de 2004. Es un colectivo de fotografía y una plataforma de proyectos en relación a la imagen; por un lado profundiza en la creación de una identidad colectiva y la realización de ensayos visuales que son difundidos a través de la prensa nacional e internacional, exposiciones, curadurías y proyecciones en todo el mundo; también llevan adelante desde hace 7 años la Plataforma educativa un espacio de formación visual con anclaje en la narrativa y la mirada crítica que presenta diferentes propuestas como: workshops nacionales e internacionales, talleres federales, talleres anuales de narrativa visual y un programa bianual de producción e investigación fotográfica. En 2016 con la salida de su primer fotolibro “Diciembre” sobre la crisis del 2001, comenzaron a explorar el camino editorial junto a Sub editora la tercera pata del proyecto con la que también editaron los libros: “Qhapaq Ñan” junto al músico Gustavo Santaolalla y “Oscurana” con fotografías de Antoine D’Agata. Han recibido los premios 1º Premio Bienal de Arte de Cuenca, Ecuador 2010, 1º Premio Picture of the Year (LATAM) 2011 y 2012. Fueron parte de la muestra “Aquí nos vemos” Fotografía Latinoamericana 2000-2015 en el CCK y de la exposición “Continuidad y contradicción” Fotografía Argentina 1850- 2010 en el J.P. Getty de LA, EEUU entre otras. Integrantes: Gisela Volá, Nicolas Pousthomis, Gerónimo Molina, Verónica Borsani y Olmo Calvo Rodríguez.

Ángeles Donoso Macaya Educadora, investigadora y activista chilena radicada en Nueva York. Es profesora asociada en The Borough of Manhattan Community College/The City University of New York (CUNY) y organizadora comunitaria en temas vinculados a los derechos de migrantes. Sus áreas de investigación y enseñanza incluyen cultura visual latinoamericana, teoría e historia de la fotografía y del documental, estudios de memoria, producción y circulación de contra-archivos e historia de los feminismos con enfoque en el Cono Sur. Es autora de The Insubordination of Photography: Documentary Practices under Chile’s Dictatorship (U of Florida Press 2020) y co-editora del volumen Latina/os on the East Coast: A Critical Reader (Peter Lang 2015). Ha publicado artículos en diferentes revistas y volúmenes colectivos. Es miembra de AUCH! (Escritoras Chilenas) y colaboradora de LUR – Red de Investigación y Estudios Visuales y de ATLAS Imaginarios Visuales. Desde el 2017, trabaja y colabora con diferentes activistas, colectivos y organizaciones vinculadas al movimiento de nuevo santuario en Nueva York (New Sanctuary Coalition, Action Potluck/Sanctuary Neighborhoods, entre otras). También es parte de la colectiva somoslacélula, grupo que crea video ensayos que reflexionan sobre y responden a diversos problemas de la contingencia política.

Paz Encina Nació en Asunción, Paraguay, lugar donde reside actualmente. Se graduó como Licenciada en Cinematografía en la Universidad del Cine, de Buenos Aires, Argentina. Filmó en el 2005 su primer largometraje de nombre HAMACA PARAGUAYA. Este largometraje, fue estrenado en el Festival de Cannes, abriendo la sección Un Certain Regard, donde obtuvo el premio Fipresci de la prensa especializada a la mejor película. En el 2016 estrenó su segundo largometraje, EJERCICIOS DE MEMORIA en la sección Zalbategi del Festival San Sebastián. En el 2018 la Fundación Texo para el arte contemporáneo (Asunción ) realiza una exposición retrospectiva de su obra plástica y cinematográfica, “El río de la memoria “. ‍En 2019 participa en la exposición “Nous les Arbres “ en la Fondation Cartier ( París).

F.E.A. Plataforma de producción gráfica colectiva que fomenta el desarrollo de cuestionamientos políticos en el uso de la imagen y la palabra. Con un especial énfasis en la consigna de que la información tiene una condición plástica y en consecuencia estética y política, F.E.A. se propone como un dispositivo de producción, re-lectura y re-escritura del material informativo que es arrojado a la sociedad desde el poder. Creado en el año 2017 por Martín Bollati, la plataforma lanzó hasta 2019 un total de 12 publicaciones de varixs participantes. Actualmente F.E.A. se encuentra replanteando sus acciones para el año 2020.

Federico Estol Fotógrafo uruguayo, graduado en el Centro de la Imagen y Tecnología Multimedia de la Universidad Politécnica de


Cataluña - BarcelonaTech. Actualmente trabaja como director artístico del festival internacional SAN JOSÉ FOTO, coordinando el Photobook Club Montevideo y como editor en El Ministerio Ediciones. Ha participado en festivales como Noorderlicht photofestival (NL), Athens photofestival (GR), Les Rencontres de Arles (FR), Aleppo photofestival (SR), DongGang Photofestival (KO), Backlight photofestival (FIN), Festival Internazionale di Roma (IT), Paraty em Foco, Canela foto y Valongo (BR), Fotograma and San José Foto (UY), Getxophoto, Santander Photo and Emulsión Sur (ES), Addis Foto Fest (ET), Verzasca Foto (SUI), IN/OUT (RU), Tbilisi Photo Festival (GEO), Fotofest Bolivia (BO), Kaunas Photo (LI) and Photonic Moments (SL). También ha realizado exposiciones en la Aperture Foundation (Nueva York), Fundación Pablo Atchugarry (Punta el Este), FOLA y Casa Florida (Buenos Aires), Espacio de Arte Contemporáneo (Montevideo), Metropolitan State University (Minneapolis), el Museo de Arte Contemporáneo MACRO y Mattatoio (Roma). Héroes del Brillo (2018) es su cuarto fotolibro publicado, que se suma a Fiestas del Uruguay (2009), Hello Montevideo (2011) y La Isla del Tesoro (2014). Ha recibido varias distinciones, fondos y becas, últimamente recibió el premio Fotolibro Latinoamericano del Centro de Fotografía de Montevideo 2013, el premio IILA Fotografía Roma 2016 , el premio internacional FELIFA al mejor fotolibro Buenos Aires 2018, el premio Cosmos Arles PDF y el International Photography Award Encontros da Imagem Portugal 2019. Nominado al Prix PICTET 2019.

tualmente es miembro del comité nominador del Joop Swart Masterclass en Holanda. También ha sido jurado del Concurso Nacional de Fotografía Eugene Courret en 6 oportunidades y del Premio Nacional de Premio Nacional de Periodismo 6 años consecutivos en la categoría fotografía periodística. Estudió fotografía documental en la Universidad de Gwent, País de Gales. Colaboradora de diversas ONGs, diarios, revistas y agencias de noticias, ha publicado en distintos medios de prensa peruanos e internacionales. Fue corresponsal fotográfica de The New York Times en Perú y trabaja como fotógrafa free-lance. Como docente dicta talleres de fotografía periodística en el Perú y a nivel internacional en foros como la fundación World Press Photo, universidades e institutos de fotografía. Trabajó como Directora Académica de la carrera de fotografía en IPAD, Instituto Peruano de Arte y Diseño en Lima. Ha desarrollado proyectos artísticos y documentales de interés personal, resultando en la inauguración de 4 exposiciones: “Cuando Pase el Temblor”, “Adolescentes”, “Natura, el curso de las cosas” y “Ojos que no Sienten”. Ha publicado 3 libros de fotografía.

Zahara Gómez

Jorge Gronemyer

Es una fotógrafa argentino-española con estudios en Historia del Arte y Sociología. En el ámbito profesional, ha trabajado en la Agencia Magnum en París como Coordinadora de producción, exhibiciones y editorial. Vive en México y es fotógrafa free-lance; colabora con diferentes publicaciones como Le Monde, The weekender, Vice, El Mundo...Su trabajo ha sido exhibido: Is this Tomorrow (Images Singulières, Sète, Francia 2019); Reminiscencias (CCK, Buenos Aires, 2018); Natura (CASA Gallery, Nueva York, 2018) y La Playa (XVII Bienal de la fotografía del Centro de la Imagen, Ciudad de México, 2017). En su trabajo, Zahara Gómez busca explorar las historias de violencia político-sociales que atraviesan los territorios, por lo que se vale de la investigación de archivo, la colaboración con organizaciones civiles de derechos humanos y el trabajo de campo en zonas de búsqueda de desaparecidos para investigar aquello que de origen resulta incomprensible y que se reivindica a través de la reconstrucción de la memoria colectiva. Es parte de Foto Féminas y de Fotógrafas en México.

Master en Fotografía, Arte y Técnica, Universidad Politécnica de Valencia, España. Licenciado en Arte de la Universidad de Playa Ancha, Valparaíso, Chile. Desde 1993 realiza diversos proyectos artísticos y fotográficos; curatorías, conferencias, talleres y exposiciones colectivas e individuales en galerías y museos de Chile y el extranjero. Desde 1997 ha realizado clases en diversas universidades e institutos. En el año 2009 crea el Taller de impresión y edición fine art GRONEFOT y en el año 2015 la editorial del mismo nombre, donde se ha desempeñado como editor. Desde el año 2018 desarrolla y dirige el proyecto Sala de Máquinas, un espacio y una plataforma independiente dedicada a la reflexión, producción, formación, difusión e investigación de la imagen fotográfica en el contexto de las artes visuales, que tiene como objetivo generar diálogos y encuentros interdisciplinarios en torno al arte y la cultura visual

Ana Cecilia Gonzales Vigil Fotógrafa y editora gráfica. Durante 15 años fue editora en el diario El Comercio, participó en la creación y organización de los departamentos de fotografía de los diarios Trome y Perú21 y dirigió el área de fotografía de Revistas Amauta. Ganó un premio World Press Photo en la categoría Personajes de Actualidad y ha sido jurado de este concurso internacional en 3 oportunidades. Ac-

José Gregorio Darwich Doctor en Estudios del Desarrollo, Msc. en Urbanismo, Arquitecto, por la Universidad Central de Venezuela, profesor Titular del Centro de Estudios del Desarrollo (Cendes) en la misma universidad.

Kim Knoppers Ha sido curadora en Foam Museum desde 2011. Estudió historia del arte en la Universidad de Ámsterdam y anteriormente fue curadora en De Beyerd, Centro de Arte Contemporáneo. Es profesora de fotografía en ECAL en Lausana, Suiza desde 2016 Ha curado exposiciones individuales de JH Engström, Geert Goiris, Lee Friedlander, Bertien van Manen y Broomberg & Chanarin.


Musuk Nolte. Estudio fotografía profesional y una especialización en fotografía contemporánea en el Centro de la Imagen de Lima. Su trabajo se desenvuelve entre la fotografía documental, el arte y la edición. Fue becario del FONCA México (2010), del Máster Class del World Press Photo en Latinoamérica (2015) y de Magnum Foundation (2017). Ha recibido el X premio nacional de fotografía documental “Eugene Courret” (2010) y el Elliott Erwitt Havana Club 7 Fellowship (2017). Ha participado en diversas exposiciones individuales y colectivas. Entre las cuales destacan, MALI (Museo de Arte en Lima), SIPF (Singapore International Photography Festival), Les Rencontres d’Arles, III Bienal de Photoquai, Casa de América Madrid, PhotoEspaña XX, XV Bienal de Venecia de Arquitectura, ParisPhoto, FoLa, entre otros. Publicó los libros PIRUW (junto con Leslie Searles, 2013), Flor de Toé (Versus Photo, 2014), La primera piedra (2014), La velocidad de la deriva (2017) y Sombra de Isla (2019). Es editor de KWY Ediciones, plataforma editorial independiente orientada a la edición y formación conjunta de proyectos de autores principalmente latinoamericanos. Actualmente es parte del sistema de exploradores de National Geographic Society y del comité académico del Máster de fotografía documental del centro de la Imagen.

Andrés Orjuela. Artista colombiano, egresado como Maestro en Artes Plásticas y Visuales de la Universidad Nacional de Colombia donde obtuvo el Grado de Honor de la Universidad. Realizó la maestría en Artes Visuales de la Universidad Nacional Autónoma de México Actualmente se encuentra concluyendo su Doctorado en Arte y Diseño de la misma Universidad. Ha participado en exposiciones en Colombia, EEUU, México, Panamá, Cuba, Brasil, Perú, Argentina, Francia, España y Inglaterra. Examina en su trabajo las estructuras de poder dentro de las manifestaciones glocales desde la política, la economía y la cultura de masas. En su obra la apropiación directa para señalar e interferir en las mecánicas de circulación y consumo de la imagen, da pie a operaciones de clasificación y contraste de información, a través de intervenciones donde cambia, esconde u obstruye su lectura tradicional. Su obra esta en dialogo con investigaciones entorno al consumo de imágenes violentas, la memoria y la cultura de masas , que socializa en distintos congresos y simposios como forma de acción plástica. Actualmente vive y trabaja en México, D.F.

Stephanie Ribeiro Feminista negra, arquiteta e urbanista, escritora.

Celeste Rojas Mujica Artista visual, título en Fotografía(ARCOS, Chile), Diploma en Dirección de Fotografía (CLAEH, Uruguay) y posgrado en Cine (UTDT, Argentina). Ha exhibido y publicado su obra en Latinoamérica, Europa y Asia. Recibió el Fondo de Cultura y las artes (FONDART, Chile) en tres ocasiones y el Fondo BECAR Cultura del Ministerio de Cultura, (Argentina) en 2017. Durante el mismo año fue galardo-

nada con el Premio Nacional de Fotografía Joven Rodrigo Rojas de Negri (Chile), el premio Bienal de Arte Joven de Buenos Aires (Argentina) y publicó su tercer libro con Asunción Casa Editora (Argentina). En el 2018 recibió el Premio Creación Latinoamericana de la Bienal de Imagen en Movimiento; Mención Honrosa en el Premio Arte x Arte (Argentina) y realizó residencias en el Desierto de Atacama (BECAR – CNCA); Tirol del Sur, Italia (GAP / Deutsch Art Council) y Sao Paulo, Brasil (Pivô). Durante el 2019 su obra fue seleccionada para la Bienal SUR, el Premio Itau de Artes Visuales, el Premio de Artes visuales del Fondo Nacional de las Artes y el Premio Fundación Klemm (Argentina). Durante el mismo año exhibió en UNSEEN (Holanda), Rolf Art Gallery (Argentina), FIFV, Valparaíso (Chile) y otros espacios independientes. Su último cortometraje fue exhibido en competencia en el Festival Internacional de San Sebastian (España). Vive y trabaja en Buenos Aires. Está representada por la galería ROLF ART

Osvaldo Salerno Vive y trabaja en Asunción. Artista visual, arquitecto, museógrafo, curador, gestor cultural y profesor universitario. Realizó estudios de artes visuales en Asunción, Buenos Aires y Madrid. Ha realizado numerosas exposiciones individuales en el Paraguay y en el exterior. Ha participado en las bienales de Sao Paulo, Chile, San Juan de Puerto Rico, Porto Alegre, Curitiba, Valencia, Buenos Aires, Cuenca y Trujillo, entre otras. Ha tenido a su cargo la expografía de la I Trienal de Chile (2009), así como de la participación chilena en la Bienal de Arte de Venecia (2017). Tiene libros dedicados específicamente a su obra, escritos respectivamente por Justo Pastor Mellado, Chile; Roberto Amigo, Argentina, Ticio Escobar, Paraguay y Arturo Cariceo, Chile. Ha obtenido la Beca Guggenheim y la distinción de “Hijo Dilecto de Asunción”, otorgada por la Junta Municipal de dicha ciudad. Recientemente obtuvo el Premio AICA-Paraguay 2020 por la exposición individual del año. Se desempeñó como Director General de Patrimonio de la Secretaría Nacional de Cultura, expógrafo del Museo de la Justicia de la Corte Suprema de Justicia. Es Director del Museo del Barro de Asunción y profesor del Instituto Superior de Arte de la Universidad Nacional de Asunción. Cinthya Santos-Briones es antropóloga, etno-historiadora y fotógrafa. Su interés por la fotografía documental surgió a través del trabajo etnográfico que realizó como antropóloga en comunidades indígenas de México, donde documentó rituales ceremoniales y de curación, la inmigración y sus vidas transnacionales en Nueva York. Su trabajo está influenciado por la lucha por los derechos humanos y se centra en temas de migración, género e identidad. Sus imágenes exploran la relación entre el espacio, la memoria, el tiempo y la cultura. Cinthya se graduó del Programa de Periodismo Visual y Práctica Documental del ICP de Nueva York. En el otoño de 2016, recibió una beca de la Fundación Magnum y la beca En Foco 2017. Actualmente es becaria de la Fundación Magnum y de National Geographic: Investigación y Exploración. Ha publicado su trabajo en el New York Times, Pdn, La Jornada, Vogue, Open Society Foundations, Buzzfeed, The Nation Magazine, California Sunday Magazine, Cuartoscuro, entre otros. Ha sido miembro dos veces del Fondo Estatal


para la Cultura y las Artes de México. Es coautora del libro La cosmovisión indígena y sus representaciones en textiles de la comunidad nahua de Santa Ana Tzacuala, Hidalgo. Cinthya ha trabajado en organizaciones pro inmigrantes en Nueva York como organizadora comunitaria.

Cinthya Santos-Briones. Es antropóloga, etno-historiadora y fotógrafa. Su interés por la fotografía documental surgió a través del trabajo etnográfico que realizó como antropóloga en comunidades indígenas de México, donde documentó rituales ceremoniales y de curación, la inmigración y sus vidas transnacionales en Nueva York. Su trabajo está influenciado por la lucha por los derechos humanos y se centra en temas de migración, género e identidad. Sus imágenes exploran la relación entre el espacio, la memoria, el tiempo y la cultura. Cinthya se graduó del Programa de Periodismo Visual y Práctica Documental del ICP de Nueva York. En el otoño de 2016, recibió una beca de la Fundación Magnum y la beca En Foco 2017. Actualmente es becaria de la Fundación Magnum y de National Geographic: Investigación y Exploración. Ha publicado su trabajo en el New York Times, Pdn, La Jornada, Vogue, Open Society Foundations, Buzzfeed, The Nation Magazine, California Sunday Magazine, Cuartoscuro, entre otros. Ha sido miembro dos veces del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de México. Es coautora del libro La cosmovisión indígena y sus representaciones en textiles de la comunidad nahua de Santa Ana Tzacuala, Hidalgo. Cinthya ha trabajado en organizaciones pro inmigrantes en Nueva York como organizadora comunitaria

Víctor Miguel Vich. Bachiller y licenciado en Lingüística y Literatura de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Magíster en Literatura Latinoamericana de la Duke University. Ph.D. en Literatura Latinoamericana de la Georgetown University. Ha obtenido las siguientes distincones: Tinker Foundation (2015), Guggenheim Foundation (2010), Visiting Scholar of the David Rockefeller Center for Latin American studies (DCLAS), Harvard University (2007), Premio de Reconocimiento a la investigación. Pontificia Universidad Católica del Perú (2012, 2011, 2010), ICALA, Intercambio Cultural Alemán latinoamericano (2007), Rockefeller Foundation. Programa de investigaciones “Globalización, diversidad cultural y redefinición de identidades en los países andinos” (2002), entre otras. Director de la Maestría de Estudios Culturales, Pontificia Universidad Católica del Perú (2008- ). Miembro del equipo curatorial del Lugar de la memoria, tolerancia y reconciliación social (LUM) (20142015). Miembro del Directorio del Servicio de Parques de la ciudad (SERPAR) (2011- 2014). Asesor de Política Culturales de la Municipalidad de Lima Metropolitana (2011). Miembro del Comité Directivo del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, CLACSO (2007-2009). Miembro del Consejo Directivo de Instituto de Estudios Peruanos (IEP) (2003-2008). Director de Publicaciones, Instituto de Estudios Peruanos (IEP) (2005-2007).




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